miércoles, 30 de enero de 2019

VINDICACIÓN


VINDICACIÓN: Virtud de quién tiene autoridad, por la cual se aplica una pena a quién a faltado contra otro u otros (Cf. II-II, 108). El fin de la pena impuesta es el bien del que peca y el bien la comunidad dañada, esto es: “la corrección del pecador, la tranquilidad de los demás, la conservación de la justicia y el honor debido a Dios” (II-II, 108, 1, c).
Cuando la injuria cae sobre otra persona, y ello además implica una ofensa contra Dios y contra la Iglesia, el que tiene autoridad debe exigir reparación de la misma (Cf. II-II, 108, 1, c).
Cuando la injuria recaen sobre uno mismo, “esta debe ser tolerada con paciencia, si así conviene que se haga” (II-II, 108, 1, rta 4). Pero esto no implica la omisión de la vindicta. La vindicación como virtud, sigue y ordena la inclinación natural humana de rechazar las injurias y violencias, y defenderse de lo nocivo (Cf. II-II, 108, 2, c).
Las penas de la vindicación implican el temor servil; pero esto no es contraria al Evangelio. “La ley del Evangelio es ley de amor. Por tanto, no se debe atemorizar con castigos a quienes hacen el bien por amor, que son los que, hablando con propiedad, pertenecen al Evangelios, sino solamente a quienes no se siente movidos a hacer el bien por amor, los cuales, aunque forman parte de la Iglesia en cuanto al número, no ocurre otro tanto en cuanto al mérito” (II-II, 108, 1, rta 3).

Vicios opuestos
“A la vindicación se oponen dos vicios. Por exceso, el pecado de crueldad o impiedad, que se excede en la medida del castigo. Otro, por defecto, cuando alguno es demasiado remiso en la aplicación del castigo merecido, por lo cual dice Prov 13, 24: el que excusa la vara, quiere mal a su hijo” (II-II, 108, 2, rta 3). 
Pero el vicio se da principalmente por la mala intención de quién actúa: el odio, el deseo de mal, la complacencia en el castigo. Lo que principalmente debe intentar la vindicación es el bien del otro o los otros (II-II, 108, 1, c). La intención mala en el castigo es propia de la venganza. “No hay razón que justifique el que peque yo contra otro, porque este primero pecó contra mí, lo que sería dejarse vencer por el mal, cosa que prohíbe el Apóstol cuando dice: no se dejen vencer por el mal, antes bien, venzan al mal a fuerza de bien (Rom 12, 21)” (II-II, 108, 1, c). 


“Los que hacen el bien, no tiene nada que temer de los gobernantes, pero sí los que obran mal. Si no quieres sentir temor de la autoridad, obra bien y recibirás su elogio. Porque la autoridad es un instrumento de Dios para tu bien” (Rom 13, 3-4).

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