ALEGRIA O EUTRAPELIA:
Es la virtud que modera la inclinación al juego (Cf. II-II, 168, 2-4). El juego tiene por fin el descanso
del alma. Por tanto, “el juego es necesario para la vida humana” (II-II, 168,
3, rta 3).
El hombre necesita un descanso por la fatiga del trabajo[1].
Y como el alma descansa por medio del gozo, “es necesario proporcionar un
remedio contra el cansancio del alma mediante algún deleite, para relajar la
tensión interior…los dicho y hechos en los que se busca el gozo del alma se
llaman diversiones o juegos, y por eso es necesario hacer uso de ellos para dar
descanso al alma” (II-II, 168, 2, c)[2].
Vicios contrarios
A la alegría se opone por defecto la rigidez, y por exceso la
alegría necia.
La rigidez implica un
deseo deficiente de juego o distinción del alma (Cf. II-II, 168, 4). La persona
rígida “no se proporciona nada agradable e impide los deleites de los otros”
(II-II, 168, 4, c).
La alegría necia es un deseo de gozo o juego desordenado (Cf. II-II,
168, 3)[3].
También entre risas sufre el corazón, y al fin la
alegría termina en pesar (Prov 14, 13).
[1] |“De igual modo que el hombre necesita
del descanso corporal para reconfortar el cuerpo, que no puede trabajar
incesantemente porque su capacidad es finita y limitada a ciertos trabajos, eso
pasa también en el alma, cuya capacidad es también limitada y determinada a
ciertas operaciones…Y del mismo modo que el cansancio corporal desaparece por
medio del descanso corporal, también la agilidad espiritual se restaura
mediante el reposo espiritual” (II-II, 168, 2, c).
[2] “En cuanto a
los juegos, hay que evitar tres cosas. La primera y principal, que este deleite
se busque en obras o palabras torpes o nocivas. Al respecto dice Cicerón, en I De
Offic. 23, que hay juegos que son groseros, insolentes, disolutos
y obscenos. En segundo lugar, hay que evitar que la gravedad del espíritu
se pierda totalmente. Por eso dice San Ambrosio en I De Offic. 24: Cuidémonos
de que, aligerando el peso del espíritu, no vayamos a perder la armonía
formada por el concierto de las buenas obras. Y también Cicerón dice
a este respecto, en I De Offic. 25, que así como no permitimos a
los niños cualquier clase de juegos, sino sólo una recreación honesta,
procuremos también que en nuestro juego haya una chispa de ingenio. En
tercer lugar hay que procurar, como en todos los demás actos humanos, que el
juego se acomode a la dignidad de la persona y al tiempo, es decir, que sea digno
del tiempo y del hombre, como dice Cicerón en el mismo pasaje”
(II-II, 168, 2, c).
[3] “Se considera exceso en el juego todo
cuanto sobrepasa la norma de la razón. Esto puede suceder de dos modos. En
primer lugar, por la misma clase de acciones que se realizan en el juego,
cuando es, según Cicerón 35, grosero, insolente, disoluto y obsceno; es
decir, cuando, con ocasión del juego, tienen lugar palabras o acciones torpes o
que hacen daño al prójimo en materia grave. En estos casos, el exceso en el
juego es claramente pecado mortal. En segundo lugar, puede haber exceso en el
juego por falta de las debidas circunstancias, como el hacer uso de él en lugar
o tiempo indebido o en forma que desdice de la dignidad de la persona o de su
profesión. Esto puede ser, en algún caso, pecado mortal por el exceso de pasión
puesto en el juego, cuyo placer se prefiere al amor a Dios, yendo, por tanto,
contra los preceptos de Dios o de la Iglesia. A veces, en cambio, es pecado venial,
cuando la afición al juego no es tan grande que pueda llevar a cometer alguna
acción contraria a Dios” (II-II, 168, 3, c).
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