miércoles, 30 de enero de 2019

ALEGRÍA O EUTRAPELIA


ALEGRIA O EUTRAPELIA: Es la virtud que modera la inclinación al juego (Cf. II-II,  168, 2-4). El juego tiene por fin el descanso del alma. Por tanto, “el juego es necesario para la vida humana” (II-II, 168, 3, rta 3).
El hombre necesita un descanso por la fatiga del trabajo[1]. Y como el alma descansa por medio del gozo, “es necesario proporcionar un remedio contra el cansancio del alma mediante algún deleite, para relajar la tensión interior…los dicho y hechos en los que se busca el gozo del alma se llaman diversiones o juegos, y por eso es necesario hacer uso de ellos para dar descanso al alma” (II-II, 168, 2, c)[2].   

Vicios contrarios
A la alegría se opone por defecto la rigidez, y por exceso la alegría necia.
La rigidez implica un deseo deficiente de juego o distinción del alma (Cf. II-II, 168, 4). La persona rígida “no se proporciona nada agradable e impide los deleites de los otros” (II-II, 168, 4, c).
La alegría necia es un deseo de gozo o juego desordenado (Cf. II-II, 168, 3)[3]. 

También entre risas sufre el corazón, y al fin la alegría termina en pesar (Prov 14, 13).




[1] |“De igual modo que el hombre necesita del descanso corporal para reconfortar el cuerpo, que no puede trabajar incesantemente porque su capacidad es finita y limitada a ciertos trabajos, eso pasa también en el alma, cuya capacidad es también limitada y determinada a ciertas operaciones…Y del mismo modo que el cansancio corporal desaparece por medio del descanso corporal, también la agilidad espiritual se restaura mediante el reposo espiritual” (II-II, 168, 2, c).

[2] “En cuanto a los juegos, hay que evitar tres cosas. La primera y principal, que este deleite se busque en obras o palabras torpes o nocivas. Al respecto dice Cicerón, en I De Offic. 23, que hay juegos que son groseros, insolentes, disolutos y obscenos. En segundo lugar, hay que evitar que la gravedad del espíritu se pierda totalmente. Por eso dice San Ambrosio en I De Offic. 24: Cuidémonos de que, aligerando el peso del espíritu, no vayamos a perder la armonía formada por el concierto de las buenas obras. Y también Cicerón dice a este respecto, en I De Offic. 25, que así como no permitimos a los niños cualquier clase de juegos, sino sólo una recreación honesta, procuremos también que en nuestro juego haya una chispa de ingenio. En tercer lugar hay que procurar, como en todos los demás actos humanos, que el juego se acomode a la dignidad de la persona y al tiempo, es decir, que sea digno del tiempo y del hombre, como dice Cicerón en el mismo pasaje” (II-II, 168, 2, c).

[3] “Se considera exceso en el juego todo cuanto sobrepasa la norma de la razón. Esto puede suceder de dos modos. En primer lugar, por la misma clase de acciones que se realizan en el juego, cuando es, según Cicerón 35, grosero, insolente, disoluto y obsceno; es decir, cuando, con ocasión del juego, tienen lugar palabras o acciones torpes o que hacen daño al prójimo en materia grave. En estos casos, el exceso en el juego es claramente pecado mortal. En segundo lugar, puede haber exceso en el juego por falta de las debidas circunstancias, como el hacer uso de él en lugar o tiempo indebido o en forma que desdice de la dignidad de la persona o de su profesión. Esto puede ser, en algún caso, pecado mortal por el exceso de pasión puesto en el juego, cuyo placer se prefiere al amor a Dios, yendo, por tanto, contra los preceptos de Dios o de la Iglesia. A veces, en cambio, es pecado venial, cuando la afición al juego no es tan grande que pueda llevar a cometer alguna acción contraria a Dios” (II-II, 168, 3, c).


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