HONESTIDAD: Virtud que ordena los movimientos exteriores en cuanto signos de
las disposiciones interiores (Cf. II-II, 168, 1).
“Los movimientos externos son
signos de la disposición interior, que se mira principalmente en las pasiones del
alma. Por eso la moderación de los movimientos externos requiere la moderación de
las pasiones internas. Y así dice San Ambrosio, en I De Offic. 11, que de
aquí, es decir, de los movimientos externos, juzgamos que el
hombre escondido en lo profundo del corazón es ligero, jactancioso,
torpe, constante, puro o de madurez racional.
También en los movimientos
exteriores se basan los demás para emitir un juicio sobre nosotros, según lo
que se dice en Eclo 19,26: Por su aspecto se descubre el hombre y por
su semblante el prudente. Por eso la moderación de los movimientos
exteriores se ordena, de algún modo, a los otros, según lo que dice San Agustín
en la Regla
12: Procurad que en vuestros movimientos no ofendáis a nadie,
sino que os comportéis en todo como conviene a los santos.
Por tanto, la moderación de los
movimientos exteriores puede reducirse a dos virtudes, de las que el Filósofo
habla en IV Ethic. 13. En efecto, en cuanto que nos ordenamos hacia
otros por medio de los actos exteriores, la moderación de los movimientos exteriores
pasa a ser objeto de la amistad o afabilidad, que se ocupa de los
gozos y tristezas de las palabras o de los hechos en orden a los otros con los
que el hombre convive. Pero en cuanto que estos movimientos exteriores son
signos de la disposición interior, su moderación pertenece a la virtud de la verdad,
por la cual nos mostramos, en las palabras y en las acciones, como somos
interiormente” (II-II, 168, 1, rta 3).
La vestimenta del hombre, su manera de reír, todo su
porte, revelan lo que él es (Ecli 19, 29-30).
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