AFABILIDAD: Es la virtud que ordena el
comportamiento entre las personas en la vida social ordinaria y cotidiana (Cf.
II-II, 114). Es una amistad o amor general para con todos. “Se manifiesta en
signos externos de palabra o de obra, que uno exhibe incluso a extraños y
desconocidos” (II-II, 114, 1, rta 2). La afabilidad “guarda las normas de
decoro en el trato cotidiano de los hombres” (II-II, 114, 1, rta 1); se muestra
con rostro jovial en la convivencia; hace la vida agradable a los que viven con
uno (Cf. II-II, 114, 1, rta3). Es también llamada cortesía, decencia, buena
educación, cordialidad.
La afabilidad busca agradar y alegrar al otro, y teme
entristecerlo (Cf. II-II, 114, 1, obj 3). “Así como el hombre no podría vivir
en sociedad sin la verdad, tampoco sin alegría, porque, según Aristóteles…. Nadie puede convivir todo un día con una
persona triste o desagradable. Por tanto, el hombre está obligado por un
cierto deber natural de honestidad a convivir afablemente con los demás”
(II-II, 114, 2, rta 1).
Algunas veces la afabilidad “quiere agradar a otro con elogios
para que no se abata en las dificultades, o también, para que intente progresar
en el bien…o para aumentar su caridad y para que pueda avanzar espiritualmente”
(II-II, 115, 1, rta 1).
¡Que bueno y deleitable, convivir los hermanos unidos! (Salmo 132, 1)
Los vicios
A la afabilidad se opone por exceso la adulación, y por defecto el
litigio.
La adulación intenta
agradar desordenadamente al otro. No siempre y en todo se debe ser afable con
los otros. No se debe intentar agradar para obtener algún beneficio (Cf. II-II,
115, 1), ni en las cosas que no se sabe si son ciertas (Cf. II-II, 115, 1 rta
1); tampoco se debe alabar el pecado de alguno (Cf. II-II, 115, 2, c). La
afabilidad “no tiene reparo en entristecer, cuando es necesario, para conseguir
un bien o evitar un mal” (II-II, 115, 1, c).
Si quisiera agradar a los
hombres, no sería servidor de Cristo (Gál 1, 10).
El litigio, en cambio, consiste
en contradecir, entristecer, o causar disgusto a los otros, intencionalmente, y
sin reparo alguno (Cf. II-II, 116). El litigio es más grave cuando “se quiere
negar la verdad o poner en ridículo al contrario” (II-II, 116, 2, c).
El que sirve al Señor, no
debe tomar parte en las peleas (II Tim 2, 24).
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