miércoles, 30 de enero de 2019

MISERICORDIA


MISERICORDIA: La misericordia es una tristeza y rechazo por la miseria del otro que nos impulsa a socorrerlo en sus necesidades (II-II, 30). La misericordia se enciende cuando el otro es privado, tanto de sus deseos naturales, como de todo aquello que su voluntad quiere y elige especialmente (Cf. II-II, 30, 1, c)[1].
           
            Al ver la multitud, Jesús tuvo misericordia de ellos, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor (Mt 9, 36).

Disposición natural a la misericordia
            “Siente misericordia quién se duele de la miseria ajena… y ya que el dolor y a tristeza se refieren al mal propio, nos entristecemos por la miseria ajena en cuanto la consideramos como nuestra. Y esto sucede de dos modos. Primero, por la unión afectiva que causa el amor. Porque quién ama considera al amigo como a sí mismo y hace suyo el mal que él padece. Por eso se duele del mal del amigo como si fuera propio… nos exhorta el Apóstol en Rom 12, 15 a gozar con los que gozan y llorar con los que lloran.
Segundo, por una unión real, cuando el mal de algunos está próximo a pasar de ellos a nosotros. Por eso dice Aristóteles, que los hombres se compadecen de sus semejantes y allegados, por pensar que también ellos pueden padecer esos males. Ocurre igualmente que los más inclinados a la misericordia son los más ancianos y los sabios, pues consideran que también ellos pueden caer en estos males, lo mismo que los débiles y asustadizos…
Así pues, el defecto es siempre motivo de misericordia, ya sea por considerar uno como propio el defecto del otro a causa de la unión en el afecto, o por la posibilidad de sufrir semejantes males” (II-II, 30, 2, c).

Como amados de Dios, revístanse de entrañas de misericordia (Col 3, 12).

Obstáculos posibles…
La disposición natural a la misericordia depende de la capacidad de sentir como propio el sufrimiento ajeno. Según esto, la misericordia natural puede ser mayor, menor o nula. En los felices, fuertes y poderosos la misericordia es menor, porque según su animo o estado “juzgan no ser posible sufrir ellos mal alguno” (II-II, 30, 2, c).
En otros la misericordia es nula. Por ejemplo: los que han perdido todo, porque han “llegado a males extremos, y no temen sufrir ya mayores” (II-II, 30, 2, rta 2); quienes son “víctimas de un temor excesivo, porque tanto los absorbe su propio padecimiento, que no fijan su atención en la miseria ajena” (II-II, 30, 2, rta 2); los iracundos que han recibido una ofensa y quieren ellos inferirla  (Cf. II-II, 30, 2, rta 3); los soberbios, “que desprecian a los demás y los tienen por malos. Por ello los juzgan dignos de sufrir los males que padecen” (II-II, 30, 2, rta 3).

Obras de la misericordia
A la misericordia “le compete volcarse en los otros y, lo que es más, socorrer sus deficiencias” (II-II, 30, 4, c). El dolor por la miseria ajena se hace impulso para asistir al prójimo[2].

Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso (Lc 6, 36).

Vicio opuesto

A la misericordia se opone la envidia, “por contrariar su objeto principal, ya que el envidioso se entristece por el bien del prójimo; el misericordioso, en cambio, de su mal. Por eso los misericordiosos no son envidiosos… ni a la inversa” (II-II, 36, 3, rta 3).


[1] “La miseria consiste en sufrir lo que no se quiere” (II-II, 30, 1, c). “El misericordioso se duele por juzgar que el otro no merece lo sufrido” (II-II, 30, 3, rta 2).
[2] “Toda la vida cristiana se resume en la misericordia en cuanto a las obras exteriores” (II-II, 30, 4, rta 2).
“Entre todas las virtudes que hacen referencia al prójimo, la más excelente es la misericordia, y su acto es también el mejor. Efectivamente, atender a las necesidades del otro es, al menos bajo este aspecto, lo peculiar del superior y mejor” (II-II, 30, 4, c).
La misericordia nos hace semejantes a Dios en el obrar (Cf. II-II, 30, 4, rta 3).



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