MISERICORDIA: La misericordia es una tristeza y rechazo por la miseria del otro
que nos impulsa a socorrerlo en sus necesidades (II-II, 30). La misericordia se enciende cuando el
otro es privado, tanto de sus deseos naturales, como de todo aquello que su voluntad
quiere y elige especialmente (Cf. II-II, 30, 1, c)[1].
Al ver la multitud, Jesús
tuvo misericordia de ellos, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas
que no tienen pastor (Mt 9, 36).
Disposición natural a la misericordia
“Siente misericordia quién se duele de la miseria ajena… y ya que
el dolor y a tristeza se refieren al mal propio, nos entristecemos por la
miseria ajena en cuanto la consideramos como nuestra. Y esto sucede de dos
modos. Primero, por la unión
afectiva que causa el amor. Porque quién ama considera al amigo como a sí mismo
y hace suyo el mal que él padece. Por eso se duele del mal del amigo como si
fuera propio… nos exhorta el Apóstol en Rom 12, 15 a gozar con los que gozan y llorar con los que lloran.
Segundo, por una unión real, cuando el mal de algunos está próximo a
pasar de ellos a nosotros. Por eso dice Aristóteles, que los hombres se compadecen de sus semejantes y allegados, por pensar que
también ellos pueden padecer esos males. Ocurre igualmente que los más
inclinados a la misericordia son los más ancianos y los sabios, pues consideran
que también ellos pueden caer en estos males, lo mismo que los débiles y
asustadizos…
Así pues, el defecto es siempre motivo de misericordia, ya sea por
considerar uno como propio el defecto del otro a causa de la unión en el
afecto, o por la posibilidad de sufrir semejantes males” (II-II, 30, 2, c).
Como amados de Dios,
revístanse de entrañas de misericordia (Col 3,
12).
Obstáculos posibles…
La disposición natural a la misericordia depende de la capacidad
de sentir como propio el sufrimiento ajeno. Según esto, la misericordia natural
puede ser mayor, menor o nula. En los felices,
fuertes y poderosos la misericordia es menor, porque según su animo o
estado “juzgan no ser posible sufrir ellos mal alguno” (II-II, 30, 2, c).
En otros la
misericordia es nula. Por ejemplo: los que han perdido todo, porque han
“llegado a males extremos, y no temen sufrir ya mayores” (II-II, 30, 2, rta 2);
quienes son “víctimas de un temor excesivo, porque tanto los absorbe su propio
padecimiento, que no fijan su atención en la miseria ajena” (II-II, 30, 2, rta
2); los iracundos que han recibido una ofensa y quieren ellos inferirla (Cf. II-II, 30, 2, rta 3); los soberbios,
“que desprecian a los demás y los tienen por malos. Por ello los juzgan dignos
de sufrir los males que padecen” (II-II, 30, 2, rta 3).
Obras de la misericordia
A la misericordia “le compete volcarse en los otros y, lo que es
más, socorrer sus deficiencias” (II-II, 30, 4, c). El dolor por la miseria
ajena se hace impulso para asistir al prójimo[2].
Sean misericordiosos como
el Padre de ustedes es misericordioso (Lc 6, 36).
Vicio opuesto
A la misericordia se opone la envidia,
“por contrariar su objeto principal, ya que el envidioso se entristece por el
bien del prójimo; el misericordioso, en cambio, de su mal. Por eso los
misericordiosos no son envidiosos… ni a la inversa” (II-II, 36, 3, rta 3).
[1] “La miseria consiste en sufrir lo que no se quiere” (II-II, 30,
1, c). “El misericordioso se duele por juzgar que el otro no merece lo sufrido”
(II-II, 30, 3, rta 2).
[2] “Toda la vida cristiana se resume en la
misericordia en cuanto a las obras exteriores” (II-II, 30, 4, rta 2).
“Entre todas las virtudes que hacen
referencia al prójimo, la más excelente es la misericordia, y su acto es
también el mejor. Efectivamente, atender a las necesidades del otro es, al
menos bajo este aspecto, lo peculiar del superior y mejor” (II-II, 30, 4, c).
La misericordia nos hace semejantes a
Dios en el obrar (Cf. II-II, 30, 4, rta 3).
No hay comentarios:
Publicar un comentario