MANSEDUMBRE: Es la virtud que modera la ira de uno contra otro (II-II, 157). La
mansedumbre concurre al “mismo efecto de la caridad: el tratar de apartar el
mal del prójimo” (II-II, 157, 4, rta 2). La mansedumbre, moderando la ira,
permite que la persona “juzgue libremente la verdad. Debido a esto, la
mansedumbre es sumamente excelente para hacer al hombre dueño de sí mismo”
(II-II, 157, 4, c).
Aprendan de mí, que soy
manso y humilde de corazón (Mt 11,29).
“Con el nombre de ira designamos
propiamente una pasión…. Ahora bien: las pasiones del apetito sensitivo son
buenas en cuanto están reguladas por la razón; si excluyen el orden de ésta,
son malas. Y este orden de la razón admite una doble consideración. En primer
lugar, por razón del objeto apetecible al que tiende, que es la venganza. Bajo
este aspecto, el desear que se cumpla la venganza conforme a la razón es un
apetito de ira laudable, y se llama ira por celo.
Pero si se desea el cumplimiento
de la venganza por cualquier vía que se oponga a la razón, como sería el desear
que sea castigado el que no lo merece, o más de lo que merece, o sin seguir el
orden que se debe, o sin atenerse al recto orden, que es el cumplimiento de la
justicia y la corrección de la culpa, será un apetito de ira pecaminoso. En ese
caso se llama ira por vicio.
En segundo lugar, podemos
considerar el orden de la razón para con la ira en cuanto al modo
de airarse: que no se inflame demasiado interior ni exteriormente. Si
esto no se tiene en cuenta, no habrá ira sin pecado, aun cuando se desee
una venganza justa” (II-II, 158, 2)[1].
Vicio contrario
A la mansedumbre, cuyo objeto es
la ira, se opone propiamente la
iracundia, que lleva consigo un exceso de ira” (II-II, 157, 1, rta 3). La
iracundia es un vicio capital[2].
De la iracundia se derivan muchos otros vicios[3].
La falta de ira justa, esto
es, dirigida por la razón para hacer justicia, se opone a la mansedumbre por
defecto[4].
La mansedumbre se inclina más a la
disminución que a la incitación de la ira, “dado que es más natural al hombre
el desear la venganza de las injurias que el pecar por defecto, pues casi a
nadie le parecen pequeñas las ofensas que se le infieren, como dice
Salustio” (II-II, 157, 2, rta 2).
Evitan la amargura, los arrebatos, la ira, los
gritos, los insultos y toda clase de maldad (Ef
4, 31).
[1] “El movimiento
de la ira puede ser desordenado bajo un doble aspecto… En primer lugar, por
parte del objeto apetecido: cuando se apetece una venganza injusta. En este
sentido, la ira es pecado mortal en sí misma porque se opone a la caridad y a
la justicia. Puede suceder, sin embargo, que tal deseo sea pecado venial por
imperfección del acto. Esta imperfección se considera bien por parte del sujeto
que desea, cuando el movimiento de ira es anterior al juicio de la razón, bien
por parte del objeto apetecible, cuando el hombre desea con un poco de
venganza, lo cual debe considerarse como si no fuera nada, de tal modo que, aun
cuando se cumpliera el acto, no sería pecado mortal, como en el caso de dar a
un niño un tironcito de los pelos o un acto semejante. Por otra parte, el
movimiento de ira puede ser desordenado por el modo de airarse: cuando el alma
se excita demasiado en su interior o si hace externamente excesivos signos de
cólera. Por tanto, la ira no es, en sí misma, pecado mortal, pero puede serlo
cuando, a causa del ardor de ella, el hombre se aparta del amor a Dios o al
prójimo” (II-II, 158, 3, c).
[2] “se llama vicio capital a aquel del que
nacen muchos vicios. De la ira pueden nacer muchos vicios de un doble modo.
Primero, por parte de su objeto, que es sumamente apetecible, en cuanto que la
venganza se apetece bajo la razón de justo y honesto, como ya vimos (a.4). En
segundo lugar, por su ímpetu, que arrastra la mente a la ejecución de todo lo
ordenado (II-II, 158, 6, c)”.
[3] La ira puede considerarse bajo tres
aspectos. En primer lugar, en cuanto que está en el corazón. Así considerada,
nacen de ella dos vicios. Uno nace por parte de aquel contra quien el hombre
siente ira, y al que considera indigno de haberle hecho tal injuria; así nace
la indignación. Otro vicio nace por parte de sí misma, en cuanto que piensa en
varios modos de venganza y llena su alma de tales pensamientos, según lo que se
dice en Job 15,2: ¿Es de sabios tener el pecho lleno de viento? Bajo
esta consideración le asignamos la hinchazón de espíritu.
En
segundo lugar consideramos la ira en cuanto que está en la boca. Así mirada, se
origina de ella un doble desorden. Uno, en cuanto que el hombre da a conocer su
ira en el modo de hablar, tal como dijimos antes (a.5 ad 3) de aquel que
dice a su hermano «raca». A este concepto responde el clamor, que
significa una locución desordenada y confusa. Y otro desorden es aquel por el
cual el hombre prorrumpe en palabras injuriosas. Si éstas son contra Dios,
tendremos la blasfemia; si son contra el prójimo, la injuria.
En tercer
lugar, se considera la ira en cuanto que pasa a la práctica. Bajo este aspecto
nacen de ella las querellas, entendiendo por tales todos los daños que, de
hecho, se cometen contra el prójimo bajo el influjo de la ira” (II-II, 158, 7,
c).
[4] “Podemos entender la ira de dos modos. Primero, como un simple movimiento de
la voluntad por el que se inflige una pena no por pasión, sino por un juicio de
la razón. Tomada así, la falta de ira es ciertamente pecado…
Otro modo de considerar la ira es tomarla como un
movimiento del apetito sensitivo, que se da con pasión y excitación del cuerpo.
Este movimiento, en el hombre, sigue necesariamente a un movimiento de la
voluntad, porque el apetito inferior acompaña necesariamente al movimiento del
superior, si no lo impide algún obstáculo. Por eso no puede faltar totalmente
el movimiento de la ira en el apetito sensitivo, a no ser por sustracción o
debilitamiento del movimiento voluntario. Y, como consecuencia, también es
viciosa la falta de pasión, como la falta de movimiento voluntario para
castigar según el juicio de la razón” (II-II, 158, 8, c).
“La
pasión de la ira, como todos los otros movimientos del apetito sensitivo, es
útil en cuanto que ayuda al hombre a cumplir con prontitud lo que la razón le
dicta. De lo contrario, el apetito sensitivo sería totalmente inútil en el
hombre, aunque, sin embargo, la naturaleza no hace nada en vano” (II-II, 158, 8, rta 3).
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