miércoles, 30 de enero de 2019

FORTALEZA


FORTALEZA: Es la virtud que resiste y hace frente a las dificultades con el fin de permanecer o realizar el bien (Cf. II-II, 123). En sentido específico, es “una firmeza de animo para afrontar o rechazar los peligros en los cuales es sumamente difícil mantener la firmeza” (II-II, 123, 2, c).
Ejemplos de la fortaleza son: la lucha contra el vicio, la perseverancia en el trabajo y las buenas obras; la firmeza en la justicia, la fe, la esperanza, el amor…; la resistencia en las adversidades o peligros. Lo específico de la fortaleza es la firmeza en el bien ante un peligro de muerte, como “el no rehuir la asistencia a un amigo enfermo por temor a un contagio mortal, o el no dejar de encaminarse a una obra piadosa por temor al naufragio o a los ladrones” (II-II, 123, 5, c).   
La fortaleza del alma hace frente a la dificultad de los peligros, “lo mismo que la fortaleza corporal vence y rechaza los obstáculos corporales” (II-II, 123, 1, c)[1].

Su enemigo, el demonio, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistan firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes (I Pe 5, 9).

Objeto y acto
Los objetos de la fortaleza son el temor y la audacia. Los actos son el resistir y el atacar. La fortaleza resiste y reprime el temor que se aleja de las dificultades y modera audacia que las enfrenta.
Por el miedo nos alejamos de un mal cualquiera. Pero a veces es necesario enfrentar el mal para conseguir un bien. La fortaleza nos ayuda a “soportar con firmeza la embestida de las dificultades reprimiendo el temor” (II-II, 123, 3, c).
Por la audacia enfrentamos el mal que nos acecha, eliminando “las dificultades para tener seguridad en el futuro” (II-II, 123, 3, c). La fortaleza ataca y modera la audacia para evitar los movimientos desordenados.


                          Fortaleza
Objeto
Temor que huye
Audacia que ataca o enfrenta
Acto
Resiste y reprime el temor
Ataca y modera la audacia





Pasos de la fortaleza

Se pueden señalar cuatro pasos o condiciones necesarias para realizar convenientemente esta virtud (Cf. II-II, 128).

Lo primero es la preparación del ánimo para enfrentar las dificultades. Implica magnanimidad y confianza para encarar lo grande y difícil, premeditación de la obra a realizar y de los peligros que pueden encontrarse (Cf. II-II, 123, 9, c). De aquí se distingue la fortaleza de la simple audacia (I-II, 45, 4, c).  
Lo segundo es la ejecución de la obra que el alma se ha preparado para realizar, poniendo todos los medios necesarios para su realización.
 Lo tercero es que “el ánimo no se deje abatir por la tristeza ante la dificultad de los males inminentes y no decaiga su grandeza” (II-II, 128, 1, c).
Lo cuarto es que “el hombre, por el aguante continuado de las dificultades, no se canse hasta el punto de desfallecer” (II-II, 128, 1, c).

El martirio
Es la mayor expresión de fortaleza. Por el martirio “el hombre es confirmado solidamente en el bien de la virtud, al no abandonar la fe y la justicia por los peligros inminentes de muerte” (II-II, 124, 2, c). Es el mayor signo de la caridad, por el que se desprecia lo más amado, la vida, y se elige sufrir lo que más se odia, la muerte (Cf. II-II, 124, 3, c).

No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma (Mt 10, 28).

Los vicios de la fortaleza
La fortaleza modera el temor y la audacia. Se oponen a la fortaleza, por tanto, el temor y la audacia desordenados, esto es, la cobardía y la temeridad (Cf. II-II, 125-127). 
La cobardía es un temor desordenado, por el que “se teme lo que no conviene o más de lo que conviene” (II-II, 126, 2, c). Se debe “huir de los males a los que el hombre no puede hacer frente y de cuya resistencia no se deriva ningún bien” (II-II, 125, 2, rta 3). Pero cuando “el apetito huye de lo que la razón manda soportar para no desistir de lo que se debe buscar con más fuerza, se da el temor desordenado” (II-II, 125, 1 c)[2].
La temeridad es una audacia desordenada (Cf. II-II, 127). Por la audacia se “combate lo que es contrario al hombre” (II-II, 127, 2, rta 3). La temeridad, en cambio, se acerca al peligro desordenadamente.



[1] La fortaleza como virtud se distingue entonces de la fortaleza corporal. La fortaleza física, sin embargo, es una buena disposición para la fortaleza como virtud (Cf. II-II, 123, 1, rta 3).

[2] Así como deben amarse algunas cosas más que otras, también deben temerse algunas más algunas otras. Según esto, como debe amarse más el alma que el cuerpo, y el cuerpo más que los bienes materiales, así “los males del alma deben ser más temidos que los del cuerpo, y estos más que los de las cosas exteriores” (Cf. II-II, 125, 4, c). El temor es desordenado cuando “alguno incurre en los males del alma, que son los pecados, por evitar los males del cuerpo, como pueden ser los azotes o la muerte, o los males exteriores, como la pérdida de dinero, o cuando tolera los males corporales para evitar la perdida de dinero” (II-II, 125, 4, c).


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