miércoles, 30 de enero de 2019

JUSTICIA


JUSTICIA: Es la virtud que otorga a cada uno lo debido (Cf. II-II, 58). Ordena la relación de las personas entre sí (Cf. II-II, 57, 1, c). Mientras que las otras virtudes rectifican las pasiones interiores, la justicia rectifica las acciones exteriores, promoviéndolas o prohibiéndolas. Por ejemplo, la liberalidad prohíbe el robo en cuanto deseo inmoderado de riquezas; la justicia en cambio, en cuanto pecado contra el prójimo (Cf. II-II, 58, 9). La justicia, entonces, ordena la voluntad, las acciones y las cosas exteriores de cada persona en su relación con los demás.

Los bienes respetados por la justicia implican la integridad física de la persona (su vida, sus bienes materiales…), y su integridad moral o espiritual (honor, reputación, amistades, paz interior…).

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados (Mt 5, 6).

El juicio
El juicio es el acto de la justicia (Cf. II-II, 60). Por el se determina lo que corresponde a cada uno, lo que le es debido. Requiere tres condiciones: 1) la inclinación de la justicia, sin distorsión afectiva; 2) autoridad para juzgar, en el caso de la justicia sobre la comunidad; 3) prudencia u objetividad, sin sospecha o duda. La distorsión del primer requisito se llama juicio vicioso o injusto; del segundo, juicio usurpado; del tercero, juicio suspicaz o temerario.


     Juicio

Requisitos

Contrariedad
Con justicia

J. injusto
Con autoridad
J. Usurpado
Con prudencia
J. Temerario

Al juicio recto se opone la sospecha (Cf. II-II, 60, 3-4). Esta implica la opinión mala de alguno a partir de pequeños indicios o signos. Esto determina la relación entre los individuos, objeto de la justicia, ya que el juzgado es tenido por “respetable, en el caso de que se lo juzgue bueno, y por despreciable, en el caso de que se lo juzgue malo” (II-II, 60, 4, rta 2)[1].

No juzguen para no ser juzgados… ¿Por qué te fijas en la paja que esta en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?... saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano (Mt 7, 1-5).

Tipos de Justicia
La justicia se da en la relación de los individuos entre si, o en la relación de cada individuo con la sociedad. Según esto tenemos tres tipos de justicia. La justicia legal, del individuo a la sociedad. La justicia distributiva, de la sociedad a los individuos. Y la justicia conmutativa, entre un individuo y otro.

Justicia
Relación
Legal
Del individuo a la sociedad
Distributiva
De la sociedad al individuo
Conmutativa
De los individuos entre sí





1) Vicios contrarios a la justicia legal y distributiva

El vicio contrario a la justicia legal es la injusticia en general, por la que se desprecia el bien común. El vicio contrario a la justicia distributiva es la acepción de personas, por la que, el que tiene alguna autoridad, no da a cada uno lo debido, o da a algunos lo indebido. 

2) Vicios contrarios a la justicia conmutativa

Como vicios contrarios a la justicia conmutativa tenemos: 1) asesinato, eutanasia, aborto… contra las mismas personas; 2) Hurto y rapiña, contra los bienes de las personas; 3) El insulto o deshonra, como injuria pública de palabra contra alguien; 4) La detracción o denigración, como la deshonra que se realiza de modo secreto; 5) La murmuración, que es la deshorna con la intención de deshacer una amistad o relación; 6) La burla, que ridiculiza al otro, toma como un juego o poca cosa sus males y defectos; 7) Los vicios en las relaciones económicas son el fraude en las compraventas y la usura en los préstamos.
Podemos distinguir entre estos actos aquellos que implican injurias con hechos de los que implican injurias con palabras.

                        Injurias
Con hecho
Con palabras
Asesinato, aborto
Insulto
Hurto, rapiña
Detracción

Murmuración

Burla


A) Injurias con hecho (homicidio y robo).
            La primer injuria de hecho, y la más grave, es el homicidio (Cf. II-II, 64, 3). Por ella quitamos al otro su mayor bien: la vida. Esto supone una falta gravísima, primero, contra el prójimo, al que se le debe amar como a uno mismo; segundo, contra la sociedad o comunidad, quitando la existencia de uno de sus miembros, lo que es mas grave todavía cuando el asesinado es un hombre inocente o justo, quién “mantiene y promueve el bien común, siendo por ello la parte más importante de la sociedad” (II-II, 64, 5, c); y tercero, contra Dios, a quién le corresponde únicamente dar la muerte y la vida.
           
No matarás (Ex 20, 3). Solo Yo soy… Yo doy la muerte y la vida (Dt 32, 39). No quitarás la vida al inocente ni al justo (Ex 23, 7).

Se injuria también al otro quitándole los bienes materiales que posee y usa, por medio del hurto y la rapiña (Cf. II-II, 66). Esta es otra falta grave contra la justicia y lo común. Pues “si los hombres se robaran unos a otros en cada instante, perecería la sociedad humana” (II-II, 66, 6, c).

Tanto el hurto y la rapiña se apoderan de lo ajeno, pero con algunos diferencias. El hurto se realiza ocultamente y con astucia, mientras que la rapiña de modo manifiesto, violento, por la fuerza. La rapiña es más grave que el hurto, pues “por la rapiña no solo se infiere daño a algunos en sus bienes, son que también redunda en cierta ignominia o injuria de la persona” (II-II, 67, 9, c)[2].

No robarás (Ex 20, 15).

 B) Injurias con palabra
(Insulto, difamación, susurración, burla)

“Los pecados de palabra deben ser principalmente juzgados según la intención del que los profiere. Y por esto, según los distintos fines que alguien persiga hablando contra el prójimo, se distinguirán tales pecados: así, uno, al insultar, intenta rebajar el honor del insultado, y difamando trata de quebrantar la reputación, y susurrando busca destruir una amistad… y al burlarse, tiene intención de hacer ruborizarse a aquel de quien se burla.” (II-II, 75, c).

Insulto
El insulto implica una deshonra y desprecio de otro con palabras (Cf. II-II, 72, 3). Es una falta “no menor que el hurto y la rapiña, pues el hombre no ama menos su honra que sus bienes materiales” (II-II, 72, 2, c). El que insulta falta el respeto debido al otro, significando y manifestando, con palabras o gestos, sus defectos o deficiencias.

 Yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena del fuego (Mt 5, 22).

La difamación
Por la difamación, denigración o detracción se rebaja intencionalmente la reputación u opinión publica de alguien de modo oculto o secreto (Cf. II-II, 73).  Estas injurias “se llaman secretas, no en absoluto, sino en relación a aquel de quién se dicen, pues se profieren en ausencia suya y sin que lo sepa” (II-II, 73, 1, rta 2).

La difamación se diferencia del insulto, primero, en cuanto al daño ocasionado, pues el insulto lesiona el honor o respeto debido, pero la difamación daña la reputación pública de alguien; segundo, en cuanto al modo de expresar las palabras, pues el insulto se realiza de cara al injuriado y la denigración en su ausencia y ante otros. “Por lo cual, si uno habla mal de otro en su ausencia y delante de mucha gente, hay difamación; en cambio, si sólo el ofendido está presente, hay insulto… también, si se habla mal de un ausente a una sola persona, se lesiona la fama de aquél, no total, sino parcialmente” (II-II, 73, 1, rta 2)[3].



Insulto
Difamación
Lo dañado
Honor y respeto
Reputación
El modo
Manifiesto
Oculto


En vez de amarme, hablan mal de mí, aunque yo oraba por ellos (Salmo 108, 4). Mejor es el buen nombre que las muchas riquezas, y ser estimado vale más que la plata y el oro (Prov 22, 1).

La susurración
La susurración es una injuria oculta que se realiza para disolver una amistad (Cf. II-II, 74). Tanto la difamación como la susurración coinciden en su modo “de hablar, pues en ambas se habla mal del prójimo ocultamente… pero difieren en el fin, pues el difamador quiere rebajar la fama del prójimo, por ello difunde aquellas cosas malas con que puede ser infamado o, al menos, disminuida su fama; mientras que el murmurador quiere romper la amistad… por ello dice aquellas cosas que pueden mover contra él el animo del que escucha” (II-II, 74, 1, c)[4].

El hombre pecador turbará a los amigos y en medio de los que viven en paz pondrá enemistad (Eclo 28, 11).

La burla
La burla es la consideración de un mal o un defecto ajeno como un juego o de modo risible, y se realiza con palabras u otros signos para avergonzar al otro (Cf. II-II, 75). El que insulta o difama señala los defectos del otro para rebajar su fama y su honor. El que se burla, en cambio, busca quebrantar la gloria, paz y seguridad de la conciencia del otro por medio de la confusión y la vergüenza[5].

Ha llegado a ser la burla de sus amigos ¡el justo, el integro, es motivo de irrisión! (Job 12, 4). 



[1] La sospecha puede suceder de tres modos: “Primero, cuando un hombre, por leves indicios, comienza a dudar de la bondad de alguien…el segundo grado es cuando alguien, por indicios leves, da por cierta la malicia de otro… tercero, cuando un juez procede a condenar a alguien por sospecha” (II-II, 60, 3, c).
El origen de la sospecha tiene también un triple motivo o razón: “primero, cuando alguno es malo en sí mismo, y por ello, conciente de su malicia, fácilmente piensa mal de los demás... Segundo, puede proceder de tener uno mal afecto a otro; pues cuando alguien desprecia u odia a otro, o se irrita y le envidia, piensa mal de él por ligeros indicios, porque cada uno cree fácilmente lo que desea. En tercer lugar, la sospecha puede provenir de la larga experiencia; por lo que dice Aristóteles… que los ancianos son los más suspicaces, porque muchas veces han experimentado los defectos de otros.
Las dos primeras causas de la sospecha pertenecen claramente a la perversidad del afecto; mas la tercera causa disminuye la razón de la sospecha, en cuanto que la experiencia aproxima a la certeza, que está contra la noción de sospecha…”.
“Por el hecho mismo de que uno tenga mala opinión de otro sin causa suficiente, le injuria y le desprecia. Más nadie debe despreciar o inferir a otro daño alguno sin una causa suficiente que le obligue a ello. Por tanto, mientras no aparezcan manifiestos indicios de la malicia de alguno, debemos tenerle por bueno, interpretando en el mejor sentido lo que sea dudoso…
Puede ocurrir que el que interpreta en el mejor sentido se engañe más frecuentemente. Pero es mejor que alguien se engañe muchas veces teniendo buena opinión de un hombre malo que el que se engañe raras veces pensando mal de un hombre bueno, ya que por esto último se hace injuria a otro, mas no ocurre por lo primero” (II-II, 60, 4, c y rta 1).

[2] “Acerca de los bienes exteriores, dos cosas le competen al hombre. La primera es la potestad de gestión y disposición de los mismos, y en cuanto a esto, es lícito que el hombre posea cosas propias. Y es también necesario a la vida humana por tres motivos: primero, porque cada uno es más solícito en gestionar aquello que con exclusividad le pertenece que lo que es común a todos o a muchos…; segundo, porque se administran más ordenadamente las cosas humanas si a cada uno le incumbe el cuidado de sus propios intereses; sin embargo, reinaría confusión si cada cual se cuidara de todo indistintamente; tercero, porque así el estado de paz entre los hombres se mantiene si cada uno está contento con lo suyo. De ahí que veamos que entre aquellos que en común y pro indiviso poseen alguna cosa se suscitan más frecuentemente contiendas.
En segundo lugar, también compete al hombre, respecto de los bienes exteriores, el uso de los mismos; y en cuanto a esto no debe tener el hombre las cosas exteriores como propias, sino como comunes, de modo que fácilmente dé participación de éstas en las necesidades de los demás. Por eso dice el Apóstol, en 1 Tim 17-18: Manda a los ricos de este siglo que den y repartan con generosidad sus bienes” (II-II, 66, 2, c).

[3] “Se llama a uno difamador no porque deforme la verdad, sino porque disminuye la fama del prójimo, lo cual se realiza unas veces directa y otras indirectamente. Directamente, de cuatro modos: primero, cuando atribuye una cosa falsa a otro; segundo, cuando con sus palabras exagera los pecados de éste; tercero, cuando revela los secretos; cuarto, cuando lo que es bueno dice haberse hecho con mala intención. E indirectamente, ya sea negando lo bueno del otro, o callándolo maliciosamente, o disminuyéndolo” (II-II, 73, 1, rta 3).
“Arrebatar a una persona su reputación es cosa muy grave, puesto que entre los bienes temporales, parece que la fama es el más valioso, por cuya pérdida el hombre queda privado de la posibilidad de hacer bien una multitud de cosas. Por este se dice en Eclo 41,15: Conserva con cuidado la buena reputación, porque será para ti un bien más permanente que mil tesoros grandes y preciosos” (II-II, 72, 2, c). “El difamador es ocasionalmente un homicida, es decir, en cuanto por sus palabras da a otro ocasión para odiar o despreciar al prójimo” (II-II, 73, 3, rta 2).
“Revelar un pecado oculto del prójimo, ya denunciándolo para lograr su enmienda, ya formulando acusación por el bien de la justicia pública, no es difamar” (II-II, 73, 2, rta 1).
La difamación proviene de la envidia, la “cual intenta por todos los medios disminuir la fama del prójimo” (II-II, 73, 3, rta 3), y de ella se sigue más deprecio al otro en sí mismo, pues el que difama “comienza a amar y creer más aquello que dice…odiando así más al prójimo, y separándose cada vez más de la verdad” (II-II, 73, 3, rta 4).
“Está obligado uno a la restitución de la fama del mismo modo que se ha de restituir cualquier cosa robada” (II-II, 73, 2, c).
Puede uno cooperar de dos modos a la difamación: induciendo a difamar y complaciéndose en ello, o no impidiendo la difamación. “El que induce a difamar o solamente se complace en la difamación por odio a aquel a quien se denigra, no peca menos que el difamador, y a veces peca más. Pero si el que escucha no se complace en el pecado, sino que sólo por temor, negligencia e incluso, por cierta vergüenza, se abstiene de rechazar al difamador, peca ciertamente, pero mucho menos que el difamador, y la mayoría de las veces su pecado es venial” (II-II, 73, 4, c).
“No siempre se debe rechazar al difamador tachándole de falsedad, sobre todo si se sabe que es cierto lo que dice. Pero debe reprochársele que peca por difamar a su hermano, o al menos hacerle ver, por la severidad del rostro, que su difamación desagrada…” (II-II, 73, 4, rta 2).

[4] “En sentido propio, el murmurador es llamado hombre de dos lenguas. Pues cuando hay amistad entre dos personas, se esfuerza éste por romperla por ambas partes a la vez, y para ello se vale de su doble lengua para con cada uno de los interesados, hablando a uno mal del otro. Por ello se dice en Eclo 28,15: Maldito sea el susurrador y el hombre de dos lenguas, y añade: porque perturba a muchos que viven en paz” (II-II, 74, 1, rta 3).
“El pecado contra el prójimo es tanto más grave cuanto mayor es el daño que al prójimo se infiere, y es tanto mayor ese daño cuanto más excelso sea el bien que se destruye. Pero el amigo es el más valioso entre todos los bienes exteriores, puesto que sin amigos nadie puede vivir, como dice Aristóteles… Por eso se lee en Eclo 6,15: No hay nada comparable a un amigo fiel. Para que un hombre sea considerado digno de la amistad de otro, es necesaria también una óptima reputación, que por la difamación se destruye. De ahí que la susurración sea mayor pecado que la difamación, y aun que el insulto, ya que el amigo es preferible al honor, y vale más ser amado que ser honrado, como dice Aristóteles” (II-II, 74, 2, c).

[5] La burla suele ser un juego entre amigos, pero puede ser contraria a la caridad si implica desprecio o se consideran los males o defectos grandes como pequeños, los cuales deben asumirse con seriedad.
“Cuando alguien toma a juego o a risa el mal o el defecto de otra persona porque en sí es un mal pequeño, comete un pecado venial y leve por su naturaleza. Mas cuando se toma como pequeño ese mal por razón de la persona, como ocurre con los defectos de los niños y de los tontos, que solemos estimar en poco, entonces el que uno se burle o se ría implica menospreciar totalmente al prójimo y juzgarlo tan vil que no ha de inquietarse por su mal, sino que se le debe estimar como objeto de diversión. Y tomada así la burla, es pecado mortal, y aun más grave que la difamación, porque el difamador parece tomar en serio el mal de otro; en cambio, quien se burla lo toma a risa, y así resulta mayor el desprecio y la deshonra.
Según todo esto, la burla es un pecado grave, tanto más grave cuanto mayor respeto se debe a la persona sobre quien recaiga la burla. Por consiguiente, la peor de todas es burlarse de Dios y de las cosas propias de El… Viene en segundo lugar la burla contra los padres... Ocupa en tercer lugar, por su gravedad, la burla que recae sobre los justos, porque el honor es el premio de la virtud... Esta burla es muy nociva, porque por ésta los hombres son impedidos de hacer el bien, según dice Gregorio: Hay quienes ven brotar el bien en las obras del prójimo y se apresuran a arrancarlo en seguida con mano de mortífera censura” (II-II, 75, 2, c).


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