JUSTICIA: Es la virtud que otorga a cada uno lo debido (Cf. II-II, 58). Ordena
la relación de las personas entre sí (Cf. II-II, 57, 1, c). Mientras que las
otras virtudes rectifican las pasiones interiores, la justicia rectifica las
acciones exteriores, promoviéndolas o prohibiéndolas. Por ejemplo, la liberalidad prohíbe el robo en cuanto
deseo inmoderado de riquezas; la justicia
en cambio, en cuanto pecado contra el prójimo (Cf. II-II, 58, 9). La justicia,
entonces, ordena la voluntad, las acciones y las cosas exteriores de cada persona
en su relación con los demás.
Los bienes respetados por
la justicia implican la integridad
física de la persona (su vida, sus bienes materiales…), y su integridad moral o espiritual (honor, reputación,
amistades, paz interior…).
Bienaventurados los que
tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados (Mt 5, 6).
El juicio
El juicio es el acto de la justicia (Cf. II-II, 60). Por el se
determina lo que corresponde a cada uno, lo que le es debido. Requiere tres
condiciones: 1) la inclinación de la
justicia, sin distorsión afectiva; 2) autoridad
para juzgar, en el caso de la justicia sobre la comunidad; 3) prudencia u objetividad, sin sospecha o
duda. La distorsión del primer requisito se llama juicio vicioso o injusto; del
segundo, juicio usurpado; del tercero, juicio suspicaz o temerario.
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Juicio
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Requisitos
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Contrariedad
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Con justicia
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J. injusto
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Con autoridad
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J. Usurpado
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Con prudencia
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J. Temerario
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Al juicio recto se opone la sospecha
(Cf. II-II, 60, 3-4). Esta implica la opinión mala de alguno a partir de
pequeños indicios o signos. Esto determina la relación entre los individuos, objeto
de la justicia, ya que el juzgado es tenido por “respetable, en el caso de que
se lo juzgue bueno, y por despreciable, en el caso de que se lo juzgue malo”
(II-II, 60, 4, rta 2)[1].
No juzguen para no ser juzgados… ¿Por qué te fijas
en la paja que esta en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en
el tuyo?... saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar
la paja del ojo de tu hermano (Mt 7, 1-5).
Tipos de Justicia
La justicia se da en la relación de los individuos entre si, o en
la relación de cada individuo con la sociedad. Según esto tenemos tres tipos de
justicia. La justicia legal, del
individuo a la sociedad. La justicia
distributiva, de la sociedad a los individuos. Y la justicia conmutativa, entre un individuo y otro.
Justicia
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Relación
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Legal
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Del
individuo a la sociedad
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Distributiva
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De la
sociedad al individuo
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Conmutativa
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De los
individuos entre sí
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1) Vicios contrarios a la justicia legal y distributiva
El vicio contrario a la justicia legal es la injusticia en general, por la que se desprecia el bien común. El
vicio contrario a la justicia distributiva es la acepción de personas, por la que, el que tiene alguna autoridad, no
da a cada uno lo debido, o da a algunos lo indebido.
2) Vicios contrarios a la justicia conmutativa
Como vicios contrarios a la justicia conmutativa tenemos: 1) asesinato, eutanasia, aborto… contra
las mismas personas; 2) Hurto y rapiña, contra los bienes de
las personas; 3) El insulto o deshonra,
como injuria pública de palabra contra alguien; 4) La detracción o denigración, como la deshonra que se realiza de modo
secreto; 5) La murmuración, que es
la deshorna con la intención de deshacer una amistad o relación; 6) La burla, que ridiculiza al otro, toma
como un juego o poca cosa sus males y defectos; 7) Los vicios en las relaciones
económicas son el fraude en las
compraventas y la usura en los préstamos.
Podemos distinguir entre estos actos aquellos que implican
injurias con hechos de los que implican injurias con palabras.
Injurias
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Con hecho
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Con palabras
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Asesinato, aborto
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Insulto
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Hurto, rapiña
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Detracción
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Murmuración
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Burla
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A) Injurias con hecho (homicidio y robo).
La primer injuria de hecho, y la más
grave, es el homicidio (Cf. II-II,
64, 3). Por ella quitamos al otro su mayor bien: la vida. Esto supone una falta
gravísima, primero, contra el prójimo, al que se le debe amar como a uno mismo;
segundo, contra la sociedad o comunidad, quitando la existencia de uno de sus
miembros, lo que es mas grave todavía cuando el asesinado es un hombre inocente
o justo, quién “mantiene y promueve el bien común, siendo por ello la parte más
importante de la sociedad” (II-II, 64, 5, c); y tercero, contra Dios, a quién
le corresponde únicamente dar la muerte y la vida.
No matarás (Ex 20, 3). Solo
Yo soy… Yo doy la muerte y la vida (Dt 32, 39). No quitarás la vida al inocente
ni al justo (Ex 23, 7).
Se injuria también al otro quitándole los bienes materiales que
posee y usa, por medio del hurto y la
rapiña (Cf. II-II, 66). Esta es otra falta grave contra la justicia y lo
común. Pues “si los hombres se robaran unos a otros en cada instante, perecería
la sociedad humana” (II-II, 66, 6, c).
Tanto el hurto y la rapiña
se apoderan de lo ajeno, pero con algunos diferencias. El hurto se realiza
ocultamente y con astucia, mientras que la rapiña de modo manifiesto, violento,
por la fuerza. La rapiña es más grave que el hurto, pues “por la rapiña no solo
se infiere daño a algunos en sus bienes, son que también redunda en cierta
ignominia o injuria de la persona” (II-II, 67, 9, c)[2].
No robarás (Ex 20, 15).
B) Injurias con
palabra
(Insulto, difamación, susurración, burla)
“Los pecados de palabra deben ser
principalmente juzgados según la intención del que los profiere. Y por esto,
según los distintos fines que alguien persiga hablando contra el prójimo, se
distinguirán tales pecados: así, uno, al insultar,
intenta rebajar el honor del insultado, y difamando
trata de quebrantar la reputación, y susurrando
busca destruir una amistad… y al burlarse,
tiene intención de hacer ruborizarse a aquel de quien se burla.” (II-II, 75, c).
Insulto
El insulto implica una deshonra y desprecio de otro con palabras (Cf.
II-II, 72, 3). Es una falta “no menor que el hurto y la rapiña, pues el hombre
no ama menos su honra que sus bienes materiales” (II-II, 72, 2, c). El que
insulta falta el respeto debido al otro, significando y manifestando, con
palabras o gestos, sus defectos o deficiencias.
Yo les
digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por
un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín.
Y el que lo maldice, merece la
Gehena del fuego (Mt 5, 22).
La difamación
Por la difamación, denigración o detracción
se rebaja intencionalmente la reputación u opinión publica de alguien de
modo oculto o secreto (Cf. II-II, 73).
Estas injurias “se llaman secretas, no en absoluto, sino en relación a
aquel de quién se dicen, pues se profieren en ausencia suya y sin que lo sepa”
(II-II, 73, 1, rta 2).
La difamación
se diferencia del insulto, primero, en cuanto al daño ocasionado, pues el
insulto lesiona el honor o respeto debido, pero la difamación daña la
reputación pública de alguien; segundo, en cuanto al modo de expresar las
palabras, pues el insulto se realiza de cara al injuriado y la denigración en
su ausencia y ante otros. “Por lo cual, si uno habla mal de otro en su ausencia
y delante de mucha gente, hay difamación; en cambio, si sólo el ofendido está
presente, hay insulto… también, si se habla mal de un ausente a una sola
persona, se lesiona la fama de aquél, no total, sino parcialmente” (II-II, 73,
1, rta 2)[3].
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Insulto
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Difamación
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Lo
dañado
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Honor
y respeto
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Reputación
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El
modo
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Manifiesto
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Oculto
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En vez de amarme, hablan mal de mí, aunque yo oraba
por ellos (Salmo 108, 4). Mejor es el buen nombre que las muchas riquezas, y ser estimado vale
más que la plata y el oro (Prov 22, 1).
La susurración
La susurración es una injuria oculta que se realiza para disolver una
amistad (Cf. II-II, 74). Tanto la difamación como la susurración coinciden en
su modo “de hablar, pues en ambas se habla mal del prójimo ocultamente… pero
difieren en el fin, pues el
difamador quiere rebajar la fama del prójimo, por ello difunde aquellas cosas
malas con que puede ser infamado o, al menos, disminuida su fama; mientras que
el murmurador quiere romper la amistad… por ello dice aquellas cosas que pueden
mover contra él el animo del que escucha” (II-II, 74, 1, c)[4].
El hombre pecador turbará a los amigos y en medio de
los que viven en paz pondrá enemistad (Eclo 28,
11).
La burla
La burla es la consideración de un mal o un defecto ajeno como un
juego o de modo risible, y se realiza con palabras u otros signos para
avergonzar al otro (Cf. II-II, 75). El que insulta o difama señala los defectos
del otro para rebajar su fama y su honor. El que se burla, en cambio, busca quebrantar
la gloria, paz y seguridad de la conciencia del otro por medio de la confusión
y la vergüenza[5].
Ha llegado a ser la burla de sus amigos ¡el justo,
el integro, es motivo de irrisión! (Job 12,
4).
[1] La sospecha puede suceder de tres modos: “Primero,
cuando un hombre, por leves indicios, comienza a dudar de la bondad de
alguien…el segundo grado es cuando
alguien, por indicios leves, da por cierta la malicia de otro… tercero, cuando un juez procede a
condenar a alguien por sospecha” (II-II, 60, 3, c).
El origen
de la sospecha tiene también un triple motivo
o razón: “primero, cuando alguno es
malo en sí mismo, y por ello, conciente de su malicia, fácilmente piensa mal de
los demás... Segundo, puede
proceder de tener uno mal afecto a otro; pues cuando alguien desprecia u odia a
otro, o se irrita y le envidia, piensa mal de él por ligeros indicios, porque
cada uno cree fácilmente lo que desea. En tercer
lugar, la sospecha puede provenir de la larga experiencia; por lo que dice
Aristóteles… que los ancianos son los más suspicaces, porque muchas veces
han experimentado los defectos de otros.
Las dos
primeras causas de la sospecha pertenecen claramente a la perversidad
del afecto; mas la tercera causa disminuye la razón de la sospecha, en
cuanto que la experiencia aproxima a la certeza, que está contra la noción de
sospecha…”.
“Por el
hecho mismo de que uno tenga mala opinión de otro sin causa suficiente, le
injuria y le desprecia. Más nadie debe despreciar o inferir a otro daño alguno
sin una causa suficiente que le obligue a ello. Por tanto, mientras no
aparezcan manifiestos indicios de la malicia de alguno, debemos tenerle por
bueno, interpretando en el mejor sentido lo que sea dudoso…
Puede
ocurrir que el que interpreta en el mejor sentido se engañe más frecuentemente.
Pero es mejor que alguien se engañe muchas veces teniendo buena opinión de un
hombre malo que el que se engañe raras veces pensando mal de un hombre bueno,
ya que por esto último se hace injuria a otro, mas no ocurre por lo primero” (II-II,
60, 4, c y rta 1).
[2] “Acerca de los bienes exteriores, dos cosas le competen al hombre. La primera es
la potestad de gestión y disposición
de los mismos, y en cuanto a esto, es lícito que el hombre posea cosas propias.
Y es también necesario a la vida humana por tres motivos: primero, porque cada
uno es más solícito en gestionar aquello que con exclusividad le pertenece que
lo que es común a todos o a muchos…; segundo, porque se administran más
ordenadamente las cosas humanas si a cada uno le incumbe el cuidado de sus
propios intereses; sin embargo, reinaría confusión si cada cual se cuidara de
todo indistintamente; tercero, porque así el estado de paz entre los hombres se
mantiene si cada uno está contento con lo suyo. De ahí que veamos que entre aquellos
que en común y pro indiviso poseen alguna cosa se suscitan más
frecuentemente contiendas.
En
segundo lugar, también compete al hombre, respecto de los bienes exteriores, el
uso de los mismos; y en cuanto a
esto no debe tener el hombre las cosas exteriores como propias, sino como
comunes, de modo que fácilmente dé participación de éstas en las necesidades de
los demás. Por eso dice el Apóstol, en 1 Tim 17-18: Manda a los ricos de
este siglo que den y repartan con generosidad sus bienes” (II-II, 66, 2, c).
[3] “Se llama a uno difamador no porque
deforme la verdad, sino porque disminuye
la fama del prójimo, lo cual se realiza unas veces directa y otras
indirectamente. Directamente, de cuatro modos: primero, cuando atribuye una
cosa falsa a otro; segundo, cuando con sus palabras exagera los pecados de
éste; tercero, cuando revela los secretos; cuarto, cuando lo que es bueno dice
haberse hecho con mala intención. E indirectamente, ya sea negando lo bueno del
otro, o callándolo maliciosamente, o disminuyéndolo” (II-II, 73, 1, rta 3).
“Arrebatar
a una persona su reputación es cosa muy
grave, puesto que entre los bienes temporales, parece que la fama es el más
valioso, por cuya pérdida el hombre queda privado de la posibilidad de hacer
bien una multitud de cosas. Por este se dice en Eclo 41,15: Conserva con
cuidado la buena reputación, porque será para ti un bien más permanente
que mil tesoros grandes y preciosos” (II-II, 72, 2, c). “El
difamador es ocasionalmente un homicida, es decir, en cuanto por sus palabras da
a otro ocasión para odiar o despreciar al prójimo” (II-II, 73, 3, rta 2).
“Revelar
un pecado oculto del prójimo, ya denunciándolo para lograr su enmienda, ya
formulando acusación por el bien de la justicia pública, no es difamar” (II-II,
73, 2, rta 1).
La
difamación proviene de la envidia,
la “cual intenta por todos los medios disminuir la fama del prójimo” (II-II,
73, 3, rta 3), y de ella se sigue
más deprecio al otro en sí mismo, pues el que difama “comienza a amar y creer
más aquello que dice…odiando así más al prójimo, y separándose cada vez más de
la verdad” (II-II, 73, 3, rta 4).
“Está
obligado uno a la restitución de la
fama del mismo modo que se ha de restituir cualquier cosa robada” (II-II, 73,
2, c).
Puede uno
cooperar de dos modos a la difamación:
induciendo a difamar y complaciéndose en ello, o no impidiendo la difamación. “El
que induce a difamar o solamente se complace en la difamación por odio a aquel
a quien se denigra, no peca menos que el difamador, y a veces peca más. Pero si
el que escucha no se complace en el pecado, sino que sólo por temor,
negligencia e incluso, por cierta vergüenza, se abstiene de rechazar al difamador,
peca ciertamente, pero mucho menos que el difamador, y la mayoría de las veces
su pecado es venial” (II-II, 73, 4, c).
“No
siempre se debe rechazar al difamador tachándole de falsedad, sobre todo si se
sabe que es cierto lo que dice. Pero debe reprochársele que peca por difamar a
su hermano, o al menos hacerle ver, por la severidad del rostro, que su
difamación desagrada…” (II-II, 73, 4, rta 2).
[4] “En sentido propio, el murmurador es
llamado hombre de dos lenguas. Pues cuando hay amistad entre
dos personas, se esfuerza éste por romperla por ambas partes a la vez, y para
ello se vale de su doble lengua para con cada uno de los interesados, hablando
a uno mal del otro. Por ello se dice en Eclo 28,15: Maldito sea el
susurrador y el hombre de dos lenguas, y añade: porque perturba a muchos
que viven en paz” (II-II, 74, 1, rta 3).
“El
pecado contra el prójimo es tanto más
grave cuanto mayor es el daño que al prójimo se infiere, y es tanto mayor
ese daño cuanto más excelso sea el bien que se destruye. Pero el amigo es el
más valioso entre todos los bienes exteriores, puesto que sin amigos nadie
puede vivir, como dice Aristóteles… Por eso se lee en Eclo 6,15: No hay
nada comparable a un amigo fiel. Para que un hombre sea considerado digno
de la amistad de otro, es necesaria también una óptima reputación, que por la
difamación se destruye. De ahí que la susurración sea mayor pecado que la
difamación, y aun que el insulto, ya que el amigo es preferible al honor, y
vale más ser amado que ser honrado, como dice Aristóteles” (II-II, 74,
2, c).
[5] La burla suele ser un juego entre
amigos, pero puede ser contraria a la caridad si implica desprecio o se
consideran los males o defectos grandes como pequeños, los cuales deben
asumirse con seriedad.
“Cuando
alguien toma a juego o a risa el mal o el defecto de otra persona porque en sí
es un mal pequeño, comete un pecado
venial y leve por su naturaleza. Mas cuando se toma como pequeño ese mal
por razón de la persona, como ocurre con los defectos de los niños y de los
tontos, que solemos estimar en poco, entonces el que uno se burle o se ría
implica menospreciar totalmente al prójimo y juzgarlo tan vil que no ha de
inquietarse por su mal, sino que se le debe estimar como objeto de diversión. Y
tomada así la burla, es pecado mortal,
y aun más grave que la difamación, porque el difamador parece tomar en serio el
mal de otro; en cambio, quien se burla lo toma a risa, y así resulta mayor el
desprecio y la deshonra.
Según
todo esto, la burla es un pecado grave,
tanto más grave cuanto mayor respeto se debe a la persona sobre quien recaiga
la burla. Por consiguiente, la peor de todas es burlarse de Dios y de las cosas
propias de El… Viene en segundo lugar la burla contra los padres...
Ocupa en tercer lugar, por su gravedad, la burla que recae sobre los justos,
porque el honor es el premio de la virtud... Esta burla es muy
nociva, porque por ésta los hombres son impedidos de hacer el bien, según dice
Gregorio: Hay quienes ven brotar el bien en las obras del prójimo y
se apresuran a arrancarlo en seguida con mano de mortífera
censura” (II-II, 75, 2, c).
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