FE: es la virtud que acepta de Dios lo
que revela (II-II, 1). “Es el habito de la mente por el que se inicia en
nosotros la vida eterna, haciendo asentir al entendimiento a cosas que no ve”
(II-II, 4, 1, c), “un acto del entendimiento humano que asiente a la verdad
divina bajo el imperio de la voluntad, movida por la gracia de Dios” (II-II, 2,
9, c).
La fe es creer algo a alguien. “No es posible creer si no hay
alguien que proponga la verdad que se debe creer” (II-II, 1, 9, c). “El que
cree asiente a la palabra de otro… lo principal y como fin de cualquier acto de
creer es aquel en cuya aserción se cree; son en cambio secundarias las verdades
a las que se asiente creyendo en él” (II-II, 11, 1, c).
La fe es la garantía de
los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven (Heb 11, 1).
Las causas de la fe
La fe requiere dos cosas: primero,
la proposición divina, que se da por la revelación, tanto directamente, como a
los Apóstoles y profetas, como indirectamente, como con los predicadores de la Iglesia (Cf. II-II, 6, 1,
c). Segundo, el asentimiento a las
verdades propuestas. Esto último se da por factores externos que inducen a creer, como los milagros o la persuasión de
los hombres, o por factores internos,
tanto la disposición del libre albedrío de cada hombre, como la moción de la
gracia divina, que mueve desde dentro la voluntad a creer (Cf. II-II, 6, 1, c).
“La causa principal y propia de la
fe es la moción interior al asentimiento” (II-II, 6, 1, rta 1). “El acto de
creer depende, es verdad, de la voluntad del creyente. Pero es necesario que
por la gracia prepare Dios la voluntad del hombre para que sea elevada a las
cosas que están sobre la naturaleza” (II-II, 6, 1, rta 3).
“El hombre debe creer las verdades de fe no por la razón humana,
sino por la autoridad divina” (II-II, 2, 10, c). “El entendimiento del creyente
es convencido por autoridad divina a asentir a lo que no ve” (II-II, 4, 1, c).
El hombre “debe creer en Dios como el discípulo en el maestro que le enseña”
(II-II, 2, 3, c)[1].
¿Cómo creer sin haber oído hablar de él? ¿Y como oír
hablar de él si nadie le predica? … La fe, por tanto, nace de la predicación (Rom 10, 14-17). Han sido
salvados por la gracia mediante la fe. Y esto no viene de ustedes, sino que es
don de Dios (Ef 2, 8).
1) Fe como conocimiento
de la inteligencia
El objeto de la fe es lo que no se
ve: Dios[2].
En esto se diferencia del conocimiento que se da por la evidencia del objeto. Como
Dios es invisible a los ojos y la inteligencia humana, la inteligencia de fe
asiente la verdad movida por la voluntad (Cf. II-II, 1, 4).
Ahora vemos como en un
espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara (I Cr 13, 2).Cuando se
manifieste seremos semejantes a El, porque lo veremos tal cual es (I Jn 3, 2)
Pero “las cosas de fe son vistas de algún modo por el que cree: no
las creería si no viera que deben ser creídas, sea por la evidencia de los
signos, sea por otros motivos semejantes” (II-II, 1, 4). “El que cree tiene
motivo suficiente para creer. Es en efecto inducido por la autoridad de la
doctrina divina confirmada por los milagros y, lo que es más, por la
inspiración interior de Dios que invita a creer. No cree, pues, a la ligera”
(II-II, 2, 9, rta 3).
“Las razones aducidas para corroborar la
autoridad de la fe en manera alguna son demostraciones que puedan llevar al
entendimiento humano a una visión inteligible; nunca dejan de ser inevidentes”
(II-II, 2, 10, rta 2). “Son solamente razones persuasivas que manifiestan que
no es imposible lo que se propone” (II-II, 1, 5, rta 2).
Estén siempre prontos para dar razón de la esperanza
a la que han sido convocados (I Pe 3, 15).
La fe asiente con certeza lo creído. Asume las cosas de
fe con una “adhesión primera e inquebrantable” (II-II, 4, 1, c). “En lo que se
admite por la fe, la certeza misma que implica induce a pensar que es imposible
que pueda ser de otra manera” (II-II, 1, 5, rta 4). La fe como certeza se
distingue de la duda, donde no hay
inclinación a ninguna de la partes; de la sospecha,
donde hay inclinación a una de las partes más que a otra por ligeros indicios;
o la opinión, donde hay inclinación
a una de las partes con temor a que la contraria sea verdadera (Cf. II-II, 1,
2, 1, c).
La fe es la certeza de
las cosas que no se ven (Heb 11, 1).
2) La fe como movimiento de la voluntad y el apetito
La voluntad se relaciona con la fe de dos modos. Primero, para mover a la inteligencia
en el asentimiento de fe. “La voluntad mueve al entendimiento y a las demás
facultades del alma hacia su fin” (II-II, 2, 2, rta 4). La persona cree
voluntariamente, elije creer (Cf. II-II, 1, 4, c). La fe “es un acto sometido
al libre albedrío” (II-II, 2, 9, c). Segundo,
como un movimiento que sigue a la inteligencia. El bien divino percibido por la
inteligencia “pone en movimiento el afecto” (II-II, 7, 2, rta 1). La fe causa:
el temor servil, en cuanto “produce en nosotros cierta representación de
algunos castigos que se nos puede inferir conforme al juicio de Dios” (II-II,
7, 1, c); el temor filiar, por “la estima que la fe nos hace tener de Dios,
como bien inmenso y altísimo, y que separarse de El, o pretender equipararse
con El es un gran mal” (I-II, 7, 1, c); la esperanza, “en cuanto nos da el
conocimiento de los premios con que recompensa Dios a los justos” (II-II, 7, 1,
rta 2).
La fe es, principalmente, causa del amor. La fe presenta al hombre
“la Verdad
primera, fin de todos nuestros deseos y acciones… de ahí proviene que la fe
obre por el amor, del mismo modo que… el entendimiento por extensión se hace
práctico” (II-II, 4, 2, rta 3). “La alabanza de la fe se acreciente por el amor
y la confesión” (II-II, 13, 3, c).
La fe obra por medio del
amor (Gal 5, 6). Por Cristo hemos recibido la gracia y la misión apostólica, a fin de
conducir a la obediencia de la de la fe (Rom 1, 5). La fe sin obras está completamente muerta (Sant 2, 17).
La diversidad de fe
La fe en cada sujeto se
diversifica según distintos aspectos (Cf. II-II, 5, 4). Primero, en cuanto a lo creído, por la cantidad de conocimientos
explícito del contenido de la fe. “Bajo este aspecto puede uno creer
explícitamente más cosas que otro” (II-II, 5, 4, c). De aquí se distingue la fe
del sencillo y la fe del docto o instruido (Cf. II-II, 2, 6). Segundo, desde el estado de la
inteligencia, por la mayor o menor certeza o firmeza de la fe. Tercero, por parte de la voluntad,
desde la mayor o menor “prontitud, entrega, confianza o sumisión” (II-II, 5, 4,
c y rta 2).
De la mayor o menor fe de la
inteligencia y la voluntad, depende la mayor o menor resistencia a los obstáculos
externos (Cf. II-II, 10, 7, c; 9, c).
Hombres de poca fe ¿Por qué dudaron? (Mt 14, 31). ¡Mujer! ¡Grande
es tu fe! (Mt 15, 28). Sin fe es
imposible agradar a Dios; quién se acerca a Dios, ha de creer que existe y que
es remunerador de los que lo buscan (Heb 11, 6). Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a
tu enviado Jesucristo (Jn 17, 3).
Vicios contrarios a la fe
A la fe se opone la infidelidad en
general, la herejía, la apostasía, la blasfemia.
La infidelidad es una “oposición a la fe, o porque se niega a
prestarle atención, o porque se la desprecia” (II-II, 10, 1, c). Consiste en un
disentir de la inteligencia y en un desprecio de la voluntad a la revelación de
Dios. “El desprecio de la voluntad causa el disentir del entendimiento… por
tanto, la causa de la infidelidad está en la voluntad, pero al infidelidad en
sí misma radica en el entendimiento” (II-II, 10, 2, rta 2)[3].
La herejía es una “corrupción de la fe cristiana… una opinión falsa
sobre algo que pertenece a la fe” (II-II, 11, 2, c), un error sostenido pertinazmente
contra la enseñanza de la
Iglesia (Cf. II-II, 11, 2)[4].
La apostasía es un apartamiento total del hombre a Dios (Cf. II-II,
12). El hombre se aparte de Dios rechazando o abandonando, primero, las
promesas realizadas, luego, los mandamientos debidos, y finalmente, la fe en la
revelación. “Pero si abandona la fe, entonces parece que se retira o retrocede
totalmente de Dios. Por eso, la apostasía, en sentido absoluto y principal, es
la de quién abandona la fe” (II-II, 12, 1, c).
La blasfemia es una negación de la bondad de Dios o de lo que tiene
relación con El, tanto negando lo que le compete, o afirmando lo que no le
pertenece (Cf. II-II, 13). Esto se realiza interiormente, por la estimación de
la inteligencia o la detestación del afecto y la voluntad, y exteriormente por
una manifestación con palabras o gestos (Cf. II-II, 13, 1)
[1] “Resulta arriesgado para el hombre
prestar su asentimiento a cosas sobre las que no puede juzgar si es verdadero o
falso” (II-II, 2, 3, obj 2). Pero “si aquel a quién se oye supera con mucho a
aquel a quién se ve, en ese caso tiene mayor certeza el oído que la visión, del
mismo modo que uno de poca ciencia está más cierto de lo que oye a un sabio que
de lo que juzga por su propia razón. Con mayor motivo, el hombre está más
cierto de lo que oye de Dios, que no puede engañarse, que de lo que ve con su
propia razón, que sí puede engañarse” (II-II, 4, 8, rta 2).
[2] El objeto de
la fe es Dios y todo lo que tiene relación con El (Cf. II-II, 1, 1). La
realidad divina creída es simple, pero esta verdad simple es conocida de modo
complejo según el modo de la inteligencia humana, y a través de formulas
determinadas, que nos remiten a las realidades creídas (Cf. II-II, 1, 2).
[3] Si el creyente “asiente a la palabra de
otro” (II-II, 11, 1, c), el infiel se opone a la “moción interior de Dios, y a la
predicación externa de la verdad” (II-II, 10, 1, rta 1). “La infidelidad tiene
su origen en la soberbia, que hace que el hombre no quiera someter su
entendimiento a las reglas de la fe y a las sanas enseñanzas de los padres”
(II-II, 10, 1, rta 3).
[4] El hereje quiere creer a Cristo, “pero falla en la elección de
los medios para asentir, porque no elije lo que en realidad enseño Cristo, sino
lo que le sugiere su propio pensamiento” (II-II, 11, 1, c). El hereje “asiente
a la opinión propia falsa” (II-II, 11, 1, rta 2), “expone la Sagrada Escritura
de manera distinta a la que reclama el Espíritu Santo, y fuerza su exposición
hasta el extremo de contrariar lo que ha sido revelado por el Espíritu Santo”
(II-II, 11, 2, rta 2). La herejía tiene por causa la soberbia, la codicia, la
fantasía, la ilusión… (Cf. II-II, 11, 1, rta 2 y 3).
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