miércoles, 30 de enero de 2019

FE


FE: es la virtud que acepta de Dios lo que revela (II-II, 1). “Es el habito de la mente por el que se inicia en nosotros la vida eterna, haciendo asentir al entendimiento a cosas que no ve” (II-II, 4, 1, c), “un acto del entendimiento humano que asiente a la verdad divina bajo el imperio de la voluntad, movida por la gracia de Dios” (II-II, 2, 9, c).
La fe es creer algo a alguien. “No es posible creer si no hay alguien que proponga la verdad que se debe creer” (II-II, 1, 9, c). “El que cree asiente a la palabra de otro… lo principal y como fin de cualquier acto de creer es aquel en cuya aserción se cree; son en cambio secundarias las verdades a las que se asiente creyendo en él” (II-II, 11, 1, c).

La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven (Heb 11, 1).

Las causas de la fe

La fe requiere dos cosas: primero, la proposición divina, que se da por la revelación, tanto directamente, como a los Apóstoles y profetas, como indirectamente, como con los predicadores de la Iglesia (Cf. II-II, 6, 1, c). Segundo, el asentimiento a las verdades propuestas. Esto último se da por factores externos que inducen a creer, como los milagros o la persuasión de los hombres, o por factores internos, tanto la disposición del libre albedrío de cada hombre, como la moción de la gracia divina, que mueve desde dentro la voluntad a creer (Cf. II-II, 6, 1, c).
“La causa principal y propia de la fe es la moción interior al asentimiento” (II-II, 6, 1, rta 1). “El acto de creer depende, es verdad, de la voluntad del creyente. Pero es necesario que por la gracia prepare Dios la voluntad del hombre para que sea elevada a las cosas que están sobre la naturaleza” (II-II, 6, 1, rta 3).
“El hombre debe creer las verdades de fe no por la razón humana, sino por la autoridad divina” (II-II, 2, 10, c). “El entendimiento del creyente es convencido por autoridad divina a asentir a lo que no ve” (II-II, 4, 1, c). El hombre “debe creer en Dios como el discípulo en el maestro que le enseña” (II-II, 2, 3, c)[1].

¿Cómo creer sin haber oído hablar de él? ¿Y como oír hablar de él si nadie le predica? … La fe, por tanto, nace de la predicación (Rom 10, 14-17). Han sido salvados por la gracia mediante la fe. Y esto no viene de ustedes, sino que es don de Dios (Ef 2, 8).

1) Fe como conocimiento de la inteligencia

            El objeto de la fe es lo que no se ve: Dios[2]. En esto se diferencia del conocimiento que se da por la evidencia del objeto. Como Dios es invisible a los ojos y la inteligencia humana, la inteligencia de fe asiente la verdad movida por la voluntad (Cf. II-II, 1, 4).

Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara (I Cr 13, 2).Cuando se manifieste seremos semejantes a El, porque lo veremos tal cual es (I Jn 3, 2)

Pero “las cosas de fe son vistas de algún modo por el que cree: no las creería si no viera que deben ser creídas, sea por la evidencia de los signos, sea por otros motivos semejantes” (II-II, 1, 4). “El que cree tiene motivo suficiente para creer. Es en efecto inducido por la autoridad de la doctrina divina confirmada por los milagros y, lo que es más, por la inspiración interior de Dios que invita a creer. No cree, pues, a la ligera” (II-II, 2, 9, rta 3).  
             “Las razones aducidas para corroborar la autoridad de la fe en manera alguna son demostraciones que puedan llevar al entendimiento humano a una visión inteligible; nunca dejan de ser inevidentes” (II-II, 2, 10, rta 2). “Son solamente razones persuasivas que manifiestan que no es imposible lo que se propone” (II-II, 1, 5, rta 2).

Estén siempre prontos para dar razón de la esperanza a la que han sido convocados (I Pe 3, 15).

            La fe asiente con certeza lo creído. Asume las cosas de fe con una “adhesión primera e inquebrantable” (II-II, 4, 1, c). “En lo que se admite por la fe, la certeza misma que implica induce a pensar que es imposible que pueda ser de otra manera” (II-II, 1, 5, rta 4). La fe como certeza se distingue de la duda, donde no hay inclinación a ninguna de la partes; de la sospecha, donde hay inclinación a una de las partes más que a otra por ligeros indicios; o la opinión, donde hay inclinación a una de las partes con temor a que la contraria sea verdadera (Cf. II-II, 1, 2, 1, c).

La fe es la certeza de las cosas que no se ven (Heb 11, 1).

2) La fe como movimiento de la voluntad y el apetito

La voluntad se relaciona con la fe de dos modos. Primero, para mover a la inteligencia en el asentimiento de fe. “La voluntad mueve al entendimiento y a las demás facultades del alma hacia su fin” (II-II, 2, 2, rta 4). La persona cree voluntariamente, elije creer (Cf. II-II, 1, 4, c). La fe “es un acto sometido al libre albedrío” (II-II, 2, 9, c). Segundo, como un movimiento que sigue a la inteligencia. El bien divino percibido por la inteligencia “pone en movimiento el afecto” (II-II, 7, 2, rta 1). La fe causa: el temor servil, en cuanto “produce en nosotros cierta representación de algunos castigos que se nos puede inferir conforme al juicio de Dios” (II-II, 7, 1, c); el temor filiar, por “la estima que la fe nos hace tener de Dios, como bien inmenso y altísimo, y que separarse de El, o pretender equipararse con El es un gran mal” (I-II, 7, 1, c); la esperanza, “en cuanto nos da el conocimiento de los premios con que recompensa Dios a los justos” (II-II, 7, 1, rta 2).
La fe es, principalmente, causa del amor. La fe presenta al hombre “la Verdad primera, fin de todos nuestros deseos y acciones… de ahí proviene que la fe obre por el amor, del mismo modo que… el entendimiento por extensión se hace práctico” (II-II, 4, 2, rta 3). “La alabanza de la fe se acreciente por el amor y la confesión” (II-II, 13, 3, c).

La fe obra por medio del amor (Gal 5, 6). Por Cristo hemos recibido la gracia y la misión apostólica, a fin de conducir a la obediencia de la de la fe (Rom 1, 5). La fe sin obras está completamente muerta (Sant 2, 17).

La diversidad de fe

La fe en cada sujeto se diversifica según distintos aspectos (Cf. II-II, 5, 4). Primero, en cuanto a lo creído, por la cantidad de conocimientos explícito del contenido de la fe. “Bajo este aspecto puede uno creer explícitamente más cosas que otro” (II-II, 5, 4, c). De aquí se distingue la fe del sencillo y la fe del docto o instruido (Cf. II-II, 2, 6). Segundo, desde el estado de la inteligencia, por la mayor o menor certeza o firmeza de la fe. Tercero, por parte de la voluntad, desde la mayor o menor “prontitud, entrega, confianza o sumisión” (II-II, 5, 4, c y rta 2).
De la mayor o menor fe de la inteligencia y la voluntad, depende la mayor o menor resistencia a los obstáculos externos (Cf. II-II, 10, 7, c; 9, c).

Hombres de poca fe ¿Por qué dudaron? (Mt 14, 31). ¡Mujer! ¡Grande es tu fe! (Mt 15, 28). Sin fe es imposible agradar a Dios; quién se acerca a Dios, ha de creer que existe y que es remunerador de los que lo buscan (Heb 11, 6). Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo (Jn 17, 3).

Vicios contrarios a la fe

A la fe se opone la infidelidad en general, la herejía, la apostasía, la blasfemia.
La infidelidad es una “oposición a la fe, o porque se niega a prestarle atención, o porque se la desprecia” (II-II, 10, 1, c). Consiste en un disentir de la inteligencia y en un desprecio de la voluntad a la revelación de Dios. “El desprecio de la voluntad causa el disentir del entendimiento… por tanto, la causa de la infidelidad está en la voluntad, pero al infidelidad en sí misma radica en el entendimiento” (II-II, 10, 2, rta 2)[3].
La herejía es una “corrupción de la fe cristiana… una opinión falsa sobre algo que pertenece a la fe” (II-II, 11, 2, c), un error sostenido pertinazmente contra la enseñanza de la Iglesia (Cf. II-II, 11, 2)[4].   
La apostasía es un apartamiento total del hombre a Dios (Cf. II-II, 12). El hombre se aparte de Dios rechazando o abandonando, primero, las promesas realizadas, luego, los mandamientos debidos, y finalmente, la fe en la revelación. “Pero si abandona la fe, entonces parece que se retira o retrocede totalmente de Dios. Por eso, la apostasía, en sentido absoluto y principal, es la de quién abandona la fe” (II-II, 12, 1, c).
La blasfemia es una negación de la bondad de Dios o de lo que tiene relación con El, tanto negando lo que le compete, o afirmando lo que no le pertenece (Cf. II-II, 13). Esto se realiza interiormente, por la estimación de la inteligencia o la detestación del afecto y la voluntad, y exteriormente por una manifestación con palabras o gestos (Cf. II-II, 13, 1)


[1] “Resulta arriesgado para el hombre prestar su asentimiento a cosas sobre las que no puede juzgar si es verdadero o falso” (II-II, 2, 3, obj 2). Pero “si aquel a quién se oye supera con mucho a aquel a quién se ve, en ese caso tiene mayor certeza el oído que la visión, del mismo modo que uno de poca ciencia está más cierto de lo que oye a un sabio que de lo que juzga por su propia razón. Con mayor motivo, el hombre está más cierto de lo que oye de Dios, que no puede engañarse, que de lo que ve con su propia razón, que sí puede engañarse” (II-II, 4, 8, rta 2).

[2] El objeto de la fe es Dios y todo lo que tiene relación con El (Cf. II-II, 1, 1). La realidad divina creída es simple, pero esta verdad simple es conocida de modo complejo según el modo de la inteligencia humana, y a través de formulas determinadas, que nos remiten a las realidades creídas (Cf. II-II, 1, 2).

[3] Si el creyente “asiente a la palabra de otro” (II-II, 11, 1, c), el infiel se opone a la “moción interior de Dios, y a la predicación externa de la verdad” (II-II, 10, 1, rta 1). “La infidelidad tiene su origen en la soberbia, que hace que el hombre no quiera someter su entendimiento a las reglas de la fe y a las sanas enseñanzas de los padres” (II-II, 10, 1, rta 3).

[4] El hereje quiere creer a Cristo, “pero falla en la elección de los medios para asentir, porque no elije lo que en realidad enseño Cristo, sino lo que le sugiere su propio pensamiento” (II-II, 11, 1, c). El hereje “asiente a la opinión propia falsa” (II-II, 11, 1, rta 2), “expone la Sagrada Escritura de manera distinta a la que reclama el Espíritu Santo, y fuerza su exposición hasta el extremo de contrariar lo que ha sido revelado por el Espíritu Santo” (II-II, 11, 2, rta 2). La herejía tiene por causa la soberbia, la codicia, la fantasía, la ilusión… (Cf. II-II, 11, 1, rta 2 y 3).

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