CARIDAD: Es la virtud del amor de amistad con Dios (Cf. II-II, 23-46).Esta
“amistad del hombre con Dios” (II-II, 23, 1, c) implica tres cosas (Cf. II-II,
23, 1): uno, benevolencia, esto es, querer el bien para el otro; dos,
“reciprocidad de amor, ya que el amigo es amigo para el amigo” (II-II, 23, 1,
c); tres, comunicación, que en la caridad es la comunicación de la
bienaventuranza eterna.
Objetos de la caridad
Los objetos de la caridad son dos: Dios y el prójimo. Dios es
objeto principal de la caridad; el prójimo es amado con caridad por Dios”
(II-II, 23, 5, rta 1). “Con la caridad se ama a Dios por sí mismo. De ahí que
en la caridad se tenga en cuenta una sola y única razón de amar a título
principal, es decir, la bondad divina, que es consustancial con El según la Escritura : Dad
gracias al Señor porque es bueno (Sal 105, 106, 117, 135). Los otros
incentivos del amor que inducen a amar o que establecen el deber de amar son
secundarios y derivados del principal” (II-II, 23, 5, rta 2).
Todas las cosas creadas deben amarse por caridad. “Aun la mínima
caridad se extiende a todo lo que debe ser amado con ella” (II-II, 24, 5, c). Pero
especialmente el prójimo. “Cuanto más se ama a Dios, tanto mayor se muestra el
amor al prójimo, a pesar de cualquier enemistad. Es lo que sucede cuando se ama
mucho a una persona, por este amor se ama también a sus hijos, incluso aunque
fueran nuestros enemigos” (II-II, 25, 8, c).
Crecimiento de la
caridad
“La caridad en la presente vida
puede recibir aumento. Somos, en efecto, viadores porque caminamos hacia Dios,
último fin de nuestra bienaventuranza. En este camino, tanto más adelantamos
cuanto más nos acercamos a Dios, a quien nos acercamos no a pasos corporales,
sino con el afecto de nuestra alma. Este acercamiento es obra de la caridad,
pues por ella la mente se une a Dios. Por eso es condición de la caridad de la
presente vida que pueda crecer, pues de lo contrario cesaría el caminar. Y ésta
es la razón por la que el Apóstol llama a la caridad camino diciendo: Os
indico un camino más excelente (1 Cor 12,31)” (II-II, 24, 4, c).
“La caridad no aumenta con cualquier
acto, pero cada uno dispone a su aumento, en cuanto que un acto de caridad
prepara mejor al hombre para ejecutar de nuevo un segundo acto, y, creciendo la
habilidad, prorrumpe en acto de amor más fervoroso y con él consigue el progreso
de la caridad; entonces se produce realmente su aumento” (II-II, 24, 6, c). Lo
mismo pasa con “las muchas gotas que desgastan la piedra” (II-II, 24, 6, rta
3).
En esta vida la caridad perfecta
que se puede dar habitualmente es aquella en que se ama a Dios de tal manera
“que no se quiera ni se piense nada contrario al amor divino” (II-II, 24, 8,
c).
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