PERSEVERANCIA: Es la virtud que permanece largo tiempo y con firmeza en un bien
difícil de permanecer (Cf. II-II, 137). La perseverancia no pierde su firmeza
ni cede “ante la dificultad que implica la larga duración de la obra buena”
(II-II, 137, 2, c). También modera el “temor a la fatiga o el desfallecimiento
causado por la larga duración del bien obrar” (II-II, 137, 2, rta 2).
“Es esencial a la
perseverancia el continuar hasta el término de la obra virtuosa, como lo es el
que el soldado persevere hasta el final del combate, y el magnífico hasta que
se acabe su obra. Pero hay virtudes cuyo acto debe permanecer durante toda la
vida, tales como la fe, la esperanza y la caridad, porque su objeto es el
último fin de toda la vida humana. Así, pues, por lo que se refiere a estas
virtudes, que son las principales, sus actos no se consuman hasta el final de
la vida” (II-II, 137, 1, rta 3).
Al aumentar la maldad se
enfriará el amor de muchos, pero el que persevere hasta el fin, se salvará (Mt 24, 12-13).
Los vicios opuestos a la perseverancia
A la perseverancia se oponen la debilidad por defecto y la
terquedad por exceso.
La debilidad o blandura
se aparta fácilmente del bien ante las dificultades (Cf. II-II, 138, 1). “El
merito de la perseverancia consiste en no apartarse del bien a pesar de la
prolongada tolerancia de situaciones difíciles y trabajosas. Lo directamente opuesto
a esto es, según parece, el que uno se aparte con facilidad del bien por dificultades
que no puede soportar. Esto constituye la esencia de la debilidad, ya que débil
o blando se llama a lo que cede fácilmente al tacto. Mas no se tiene a una cosa
por débil por el hecho de que ceda a lo que empuja con fuerza, pues aun las
paredes ceden a los golpes de máquina.
Por tanto, a nadie se le considera
débil si cede y sucumbe a impulsos muy fuertes… se llama débil al que deja de
hacer el bien por las molestias causadas en el hecho de obrar sin sentir placer,
pues retrocede, por así decirlo, por motivos de poca importancia” (II-II, 138,
1, c).
La blandura tiene una doble causa.
“En primer lugar, de la costumbre,
pues cuando alguien se acostumbra a los placeres es bastante difícil que
soporte el verse privado de ellos[1].
En segundo lugar, de la disposición natural:
porque los hay que son bastante poco constantes a causa de su frágil complexión”
(II-II, 138, 1, rta 1).
La terquedad mantiene obstinadamente su opinión más de lo que conviene
(II-II, 138, 2). La debilidad, en cambio, menos de lo que conviene, y la
perseverancia, en la medida que conviene. “El aferrarse demasiado a la propia
opinión es debido a que se quiere dar a conocer, obrando así, la propia excelencia.
Por eso la terquedad tiene su origen y causa en la vanagloria” (II-II, 138, 2,
rta 1).
[1] “Al placer corporal se opone el trabajo:
por eso los trabajos corporales impiden tanto el placer. Y que llamamos
delicados a los que no son capaces de soportar trabajos ni cosa alguna que
disminuya el placer… La delicadeza es, pues, una especie de blandura. Eso sí,
la blandura se refiere propiamente a la falta de placer; la delicadeza, en
cambio, a las causas que lo impiden, por ejemplo, el trabajo y cosas
semejantes” (II-II, 138, 1, rta 2).
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