miércoles, 30 de enero de 2019

PERSEVERANCIA


PERSEVERANCIA: Es la virtud que permanece largo tiempo y con firmeza en un bien difícil de permanecer (Cf. II-II, 137). La perseverancia no pierde su firmeza ni cede “ante la dificultad que implica la larga duración de la obra buena” (II-II, 137, 2, c). También modera el “temor a la fatiga o el desfallecimiento causado por la larga duración del bien obrar” (II-II, 137, 2, rta 2).

“Es esencial a la perseverancia el continuar hasta el término de la obra virtuosa, como lo es el que el soldado persevere hasta el final del combate, y el magnífico hasta que se acabe su obra. Pero hay virtudes cuyo acto debe permanecer durante toda la vida, tales como la fe, la esperanza y la caridad, porque su objeto es el último fin de toda la vida humana. Así, pues, por lo que se refiere a estas virtudes, que son las principales, sus actos no se consuman hasta el final de la vida” (II-II, 137, 1, rta 3).
  
            Al aumentar la maldad se enfriará el amor de muchos, pero el que persevere hasta el fin, se salvará (Mt 24, 12-13).

Los vicios opuestos a la perseverancia

A la perseverancia se oponen la debilidad por defecto y la terquedad por exceso.
La debilidad o blandura se aparta fácilmente del bien ante las dificultades (Cf. II-II, 138, 1). “El merito de la perseverancia consiste en no apartarse del bien a pesar de la prolongada tolerancia de situaciones difíciles y trabajosas. Lo directamente opuesto a esto es, según parece, el que uno se aparte con facilidad del bien por dificultades que no puede soportar. Esto constituye la esencia de la debilidad, ya que débil o blando se llama a lo que cede fácilmente al tacto. Mas no se tiene a una cosa por débil por el hecho de que ceda a lo que empuja con fuerza, pues aun las paredes ceden a los golpes de máquina.
Por tanto, a nadie se le considera débil si cede y sucumbe a impulsos muy fuertes… se llama débil al que deja de hacer el bien por las molestias causadas en el hecho de obrar sin sentir placer, pues retrocede, por así decirlo, por motivos de poca importancia” (II-II, 138, 1, c).
La blandura tiene una doble causa. “En primer lugar, de la costumbre, pues cuando alguien se acostumbra a los placeres es bastante difícil que soporte el verse privado de ellos[1]. En segundo lugar, de la disposición natural: porque los hay que son bastante poco constantes a causa de su frágil complexión” (II-II, 138, 1, rta 1).
La terquedad mantiene obstinadamente su opinión más de lo que conviene (II-II, 138, 2). La debilidad, en cambio, menos de lo que conviene, y la perseverancia, en la medida que conviene. “El aferrarse demasiado a la propia opinión es debido a que se quiere dar a conocer, obrando así, la propia excelencia. Por eso la terquedad tiene su origen y causa en la vanagloria” (II-II, 138, 2, rta 1).



[1] “Al placer corporal se opone el trabajo: por eso los trabajos corporales impiden tanto el placer. Y que llamamos delicados a los que no son capaces de soportar trabajos ni cosa alguna que disminuya el placer… La delicadeza es, pues, una especie de blandura. Eso sí, la blandura se refiere propiamente a la falta de placer; la delicadeza, en cambio, a las causas que lo impiden, por ejemplo, el trabajo y cosas semejantes” (II-II, 138, 1, rta 2).


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