HUMILDAD: Virtud que modera el animo para que no aspire desmedidamente a las
cosas grandes (Cf. II-II, 161). Consiste en dos actos principales: Primero,
el recto conocimiento de sí mismo, que actúa como norma directiva. Segundo, el refrenar el deseo excesivo
de grandeza, e impedir con ello la sobreestimación de lo que se es, se tiene, y
se puede (Cf. II-II, 161, 2, c). En este sentido es “un laudable rebajamiento
de sí mismo” (II-II, 161, 1, rta 2).
Aprendan de mí, que soy
manso y humilde de corazón (Mt 11, 29).
Desarrollo interior
El humilde, “viendo sus defectos, se considera pequeño, como
Abraham: Hablaré a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza (Gen 18, 27)” (II-II,
161, 1, rta 1). Además: conoce y confiesa sus propios defectos, se considera
insuficiente para la cosas grandes y tiene a los demás como mejores que así
mismo (Cf. II-II, 161, 6, c), atribuye a Dios todo lo bueno que posee (Cf.
II-II, 161, 6, rta 1). Por la humildad el hombre “reprime el apetito para que
no aspire a cosas grandes fuera de la razón” (II-II, 161, 1, rta 3), “para no
desear lo que es superior a él” (II-II, 161, 2, c).
Toda nuestra suficiencia
nos viene de Dios (II Cor 3, 5).
Manifestación
La humildad se somete principalmente a Dios, y al prójimo, en
cuanto a lo que hay de Dios en él (Cf. II-II, 161, 3, c). Para rebajarse, el
humilde considera también lo bueno en el otro que él no posee, y lo malo en uno
que el otro no tiene (Cf. II-II, 161, 3, c). El humilde no se aparta en sus
obras de las cosas comunes, no se excede en el modo de hablar, reprime la
altanería de la vista y la necia alegría… (Cf. II-II, 161, 6, c).
“La humildad, como todas las virtudes, se muestra preferentemente
en la interioridad del alma” (II-II, 161, 3, rta 3). La manifestación exterior
de la humildad debe ser moderada, sobre todo para los que tiene alguna
autoridad, que con tal manifestación pueden perderla o provocar el orgullo y
desprecio de los gobernados (Cf. II-II, 161, 3, obj y rta 3).
Vicios contrarios
Por exceso se opone la soberbia, por defecto la deficiente estima de sí mismo.
La estima baja de sí,
es una pequeñez de espíritu por el que se aspira desordenadamente a cosas más
bajas a la propia dignidad (Cf. II-II, 162, 1, rta 3). Por la estima baja y errada
de sí, “el hombre, no conociendo su honor, se compara con los animales que no
entienden y se hace semejante a ellos” (II-II, 161, 1, rta 1).
Por la soberbia se aspira a más de lo que se
es o se puede, y se desprecio lo ajeno a uno mismo (Cf. II-II, 162). Es un amor
desordenado a la propia grandeza (Cf. II-II, 162, 1, obj 2). “La soberbia… se
cree más de lo que es… porque lo que uno desea ardientemente lo cree con
facilidad. Por eso su deseo se eleva a objetos más altos de lo que le
convienen” (II-II, 162, 3, rta 2). La soberbia es un “exceso de odio” (II-II,
162, 6, c), y por tanto, el más grave de los pecados.
Dos actos principales de
la soberbia
La soberbia consiste principalmente en dos actos. Primero, el amor desordenado ante
cualquier cosa propia: dinero, alabanzas, cosas terrenas, virtudes, vicios…
(Cf. II-II, 162, 2, c, obj y rta 4). Del amor desordenado a sí mismo “nace la
desordenada presunción de superar a los otros” (II-II, 162, 3, rta 4). Segundo, el desprecio a los obstáculos a
la propia grandeza (Cf. II-II, 2, c). Incluso Dios mismo es despreciado, en cuanto el soberbio lo considera contrario
a sí mismo (Cf. II-II, 2, c).
Manifestación de la
soberbia
El soberbio se aleja de la verdad, pues no confía ni en Dios ni en
el prójimo para conocerla (Cf. II-II, 162, 3, rta 1). Es altanero, habla de
todo con orgullo; arrogante, dándose preferencia a los demás; presumido, creyéndose
apto para las grandes cosas; es desobediente a la autoridad; es ingrato,
desconoce lo recibido de otros, o cree haberlo recibido por sus propios meritos
(Cf. II-II, 162, 4, c). Defiende sus defectos y pecados, prefiere hacer su
voluntad a la de los otros (Cf. II-II, 162, 4, rta 4), busca los defectos de
los demás para sobreestimarse a sí mismo (Cf. II-II, 162, 3, rta 2).
¿De
que se ensoberbece el que es polvo y ceniza? (Eclo 10, 9). Toda carne es hierba, y su gloria como flor
del campo (Is 10, 6).
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