miércoles, 30 de enero de 2019

HUMILDAD


HUMILDAD: Virtud que modera el animo para que no aspire desmedidamente a las cosas grandes (Cf. II-II, 161). Consiste en dos actos principales: Primero, el recto conocimiento de sí mismo, que actúa como norma directiva. Segundo, el refrenar el deseo excesivo de grandeza, e impedir con ello la sobreestimación de lo que se es, se tiene, y se puede (Cf. II-II, 161, 2, c). En este sentido es “un laudable rebajamiento de sí mismo” (II-II, 161, 1, rta 2).

Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29).

Desarrollo interior
El humilde, “viendo sus defectos, se considera pequeño, como Abraham: Hablaré a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza (Gen 18, 27)” (II-II, 161, 1, rta 1). Además: conoce y confiesa sus propios defectos, se considera insuficiente para la cosas grandes y tiene a los demás como mejores que así mismo (Cf. II-II, 161, 6, c), atribuye a Dios todo lo bueno que posee (Cf. II-II, 161, 6, rta 1). Por la humildad el hombre “reprime el apetito para que no aspire a cosas grandes fuera de la razón” (II-II, 161, 1, rta 3), “para no desear lo que es superior a él” (II-II, 161, 2, c).

Toda nuestra suficiencia nos viene de Dios (II Cor 3, 5).
   
Manifestación
La humildad se somete principalmente a Dios, y al prójimo, en cuanto a lo que hay de Dios en él (Cf. II-II, 161, 3, c). Para rebajarse, el humilde considera también lo bueno en el otro que él no posee, y lo malo en uno que el otro no tiene (Cf. II-II, 161, 3, c). El humilde no se aparta en sus obras de las cosas comunes, no se excede en el modo de hablar, reprime la altanería de la vista y la necia alegría… (Cf. II-II, 161, 6, c).
“La humildad, como todas las virtudes, se muestra preferentemente en la interioridad del alma” (II-II, 161, 3, rta 3). La manifestación exterior de la humildad debe ser moderada, sobre todo para los que tiene alguna autoridad, que con tal manifestación pueden perderla o provocar el orgullo y desprecio de los gobernados (Cf. II-II, 161, 3, obj y rta 3).

Vicios contrarios
Por exceso se opone la soberbia, por defecto  la deficiente estima de sí mismo.
La estima baja de sí, es una pequeñez de espíritu por el que se aspira desordenadamente a cosas más bajas a la propia dignidad (Cf. II-II, 162, 1, rta 3). Por la estima baja y errada de sí, “el hombre, no conociendo su honor, se compara con los animales que no entienden y se hace semejante a ellos” (II-II, 161, 1, rta 1).
            Por la soberbia se aspira a más de lo que se es o se puede, y se desprecio lo ajeno a uno mismo (Cf. II-II, 162). Es un amor desordenado a la propia grandeza (Cf. II-II, 162, 1, obj 2). “La soberbia… se cree más de lo que es… porque lo que uno desea ardientemente lo cree con facilidad. Por eso su deseo se eleva a objetos más altos de lo que le convienen” (II-II, 162, 3, rta 2). La soberbia es un “exceso de odio” (II-II, 162, 6, c), y por tanto, el más grave de los pecados.
           
Dos actos principales de la soberbia
La soberbia consiste principalmente en dos actos. Primero, el amor desordenado ante cualquier cosa propia: dinero, alabanzas, cosas terrenas, virtudes, vicios… (Cf. II-II, 162, 2, c, obj y rta 4). Del amor desordenado a sí mismo “nace la desordenada presunción de superar a los otros” (II-II, 162, 3, rta 4). Segundo, el desprecio a los obstáculos a la propia grandeza (Cf. II-II, 2, c). Incluso Dios mismo es despreciado,  en cuanto el soberbio lo considera contrario a sí mismo (Cf. II-II, 2, c).

Manifestación de la soberbia
El soberbio se aleja de la verdad, pues no confía ni en Dios ni en el prójimo para conocerla (Cf. II-II, 162, 3, rta 1). Es altanero, habla de todo con orgullo; arrogante, dándose preferencia a los demás; presumido, creyéndose apto para las grandes cosas; es desobediente a la autoridad; es ingrato, desconoce lo recibido de otros, o cree haberlo recibido por sus propios meritos (Cf. II-II, 162, 4, c). Defiende sus defectos y pecados, prefiere hacer su voluntad a la de los otros (Cf. II-II, 162, 4, rta 4), busca los defectos de los demás para sobreestimarse a sí mismo (Cf. II-II, 162, 3, rta 2).
           
            ¿De que se ensoberbece el que es polvo y ceniza? (Eclo 10, 9). Toda carne es hierba, y su gloria como flor del campo (Is 10, 6).

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