LIBERALIDAD: La liberalidad es la virtud que
modera el apego al dinero y permite usarlo convenientemente (Cf. II-II, 117). “La
materia inmediata de la liberalidad son las pasiones interiores, y el objeto de
esas pasiones son las riquezas” (II-II, 117, 2, rta 1).
Ser liberal no requiera tener dinero en
abundancia. Pues esta “no se mide por la cantidad de lo que se da, sino por el
afecto del donante” (II-II, 117, 2, rta 1). “Nada impide que algunos virtuosos,
aunque pobres, sean liberales” (II-II, 117, 1, rta 3).
Dos acciones propias
La liberalidad realiza dos cosas principalmente. Primero, la adquisición y conservación
del dinero por medio del propio trabajo. La liberalidad en este sentido es compatible
con el ahorro[1].
La segundo cosa
realizada por el liberal, es la distribución del dinero, tanto para sí mismo, como
para otros. “El darlo a los demás es lo más propio de esta virtud” (II-II, 117,
4, rta 4)[2].
Fundamento natural
Mediante los bienes exteriores el hombre
sustenta su vida (Cf. II-II, 118, 1, obj 1). Por ello el ser humano deseo
naturalmente estos bienes. Este deseo es incrementado por el deseo de poder, el
temor a la pobreza (Cf. II-II, 117, 4, rta 1), como también por la necesidad y
deficiencia humana, que busca suplir con el dinero la indigencia (Cf. II-II,
118, 1, rta 3). Esto se ve especialmente en los ancianos.
“Las personas liberales son las más
amadas, pero no con una amistad de lo honesto, sino como una amistad de lo
útil, porque son más útiles en los bienes exteriores, que son los que de
ordinario desean más los hombres” (II-II, 117, 6, rta 3).
A
los ricos de este mundo recomiéndales que no sean orgullosos. Que no pongan su
confianza en la inseguridad de las riquezas, sino en Dios, que nos provee de
todas las cosas en abundancia… que sean ricos en buenas obras, que den con
generosidad, y sepan compartir sus riquezas.” (I Tim 6, 17-18).
Los vicios
A la liberalidad se opone por defecto la avaricia, y por exceso la
prodigalidad.
La avaricia[3]
es el amor y desea excesivo de dinero (Cf. II-II, 118, 1). La avaricia “falla
en la donación de dinero, y se excede en su retención y conservación” (II-II,
119, 1, c)[4].
En cuanto rebajamiento del ser humano, la avaricia es vergonzosa,
ya que “el bien de las cosas exteriores es el último entre los bienes humanos…
el que la voluntad se someta incluso a las cosas exteriores, contiene en cierto
modo la mayor fealdad” (II-II, 118, 5, c).
No
se dejen llevar por la avaricia, y conténtense con lo que tienen, porque el
mismo Dios ha dicho: No te dejaré, ni te abandonaré (Heb 13, 5).
La prodigalidad es un
deseo deficiente de dinero (Cf. II-II, 119). La persona prodigo “se excede en la donación de riquezas
y es deficiente en su conservación y adquisición” (II-II, 119, 1, c)[5].
“El pródigo peca contra sí mismo al ir gastando sus bienes,
necesarios para su existencia, y peca también contra al prójimo, derrochando
los bienes con que debía atender a otros” (II-II, 119, 3, rta 1).
“…el
hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó
sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino
mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones…” (Lc 15, 13-14).
[1] “No es propio del liberal repartir las
riquezas de suerte que él se quede sin nada para su sustento, ni para la
practica de las obras virtuosas… por ello dice Aristóteles que el liberal cuida sus propios bienes
queriendo con ello abastecer a otros. Y San Ambrosio añade que el Señor no quiere que se repartan de una
vez los bienes, sino que se administren” (II-I, 117, 1, rta 2).
[2] “Cuando uno se desprende de las cosas, parece como si las
liberara de su custodia y dominio y demuestra que su afecto no está apegado a
ellas” (II-II, 117, 2, c).
[3] “La avaricia, que tiene por objeto lo
corporal, no busca un placer corporal sino solo espiritual; es decir, el placer
de poseer riquezas… está en un termino medio entre los pecados puramente
espirituales, que buscan un placer espiritual en objetos espirituales, como la
soberbia en el sentimiento de superioridad, y los pecados puramente carnales,
que buscan el placer puramente corporal en un objeto corporal” (II-II, 118, 6,
rta 1).
[4] Es grave cuando por amor intenso a los
bienes materiales se desprecia el amor a Dios y al prójimo (Cf. II-II, 118, 5,
c y rta a la 2), porque “uno no puede nadar en la abundancia de las riquezas
exteriores sin que otro pase necesidad, pues lo bienes temporales no pueden ser
poseídos a la vez por muchos… y si se ama y desea gozar de las riquezas
desmedidamente… se desprecia el bien eterno por el bien temporal” (II-II, 118,
5, rta 2).
[5] El que es pródigo falla por desprecio al
deseo natural de poseer bienes exteriores. Pero también la prodigalidad nace de
la concupiscencia desordenada. Esto es, en cuanto despilfarra por deseo de
“agradar a otros o, al menos, satisfacer el deseo de dar” (II-II, 119, 2, rta
1).
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