miércoles, 30 de enero de 2019

LIBERALIDAD


LIBERALIDAD: La liberalidad es la virtud que modera el apego al dinero y permite usarlo convenientemente (Cf. II-II, 117). “La materia inmediata de la liberalidad son las pasiones interiores, y el objeto de esas pasiones son las riquezas” (II-II, 117, 2, rta 1).
Ser liberal no requiera tener dinero en abundancia. Pues esta “no se mide por la cantidad de lo que se da, sino por el afecto del donante” (II-II, 117, 2, rta 1). “Nada impide que algunos virtuosos, aunque pobres, sean liberales” (II-II, 117, 1, rta 3).   

Dos acciones propias
La liberalidad realiza dos cosas principalmente. Primero, la adquisición y conservación del dinero por medio del propio trabajo. La liberalidad en este sentido es compatible con el ahorro[1].
La segundo cosa realizada por el liberal, es la distribución del dinero, tanto para sí mismo, como para otros. “El darlo a los demás es lo más propio de esta virtud” (II-II, 117, 4, rta 4)[2].

Fundamento natural
Mediante los bienes exteriores el hombre sustenta su vida (Cf. II-II, 118, 1, obj 1). Por ello el ser humano deseo naturalmente estos bienes. Este deseo es incrementado por el deseo de poder, el temor a la pobreza (Cf. II-II, 117, 4, rta 1), como también por la necesidad y deficiencia humana, que busca suplir con el dinero la indigencia (Cf. II-II, 118, 1, rta 3). Esto se ve especialmente en los ancianos.  
“Las personas liberales son las más amadas, pero no con una amistad de lo honesto, sino como una amistad de lo útil, porque son más útiles en los bienes exteriores, que son los que de ordinario desean más los hombres” (II-II, 117, 6, rta 3).

A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean orgullosos. Que no pongan su confianza en la inseguridad de las riquezas, sino en Dios, que nos provee de todas las cosas en abundancia… que sean ricos en buenas obras, que den con generosidad, y sepan compartir sus riquezas.” (I Tim 6, 17-18).

Los vicios

A la liberalidad se opone por defecto la avaricia, y por exceso la prodigalidad.
La avaricia[3] es el amor y desea excesivo de dinero (Cf. II-II, 118, 1). La avaricia “falla en la donación de dinero, y se excede en su retención y conservación” (II-II, 119, 1, c)[4].
En cuanto rebajamiento del ser humano, la avaricia es vergonzosa, ya que “el bien de las cosas exteriores es el último entre los bienes humanos… el que la voluntad se someta incluso a las cosas exteriores, contiene en cierto modo la mayor fealdad” (II-II, 118, 5, c).

No se dejen llevar por la avaricia, y conténtense con lo que tienen, porque el mismo Dios ha dicho: No te dejaré, ni te abandonaré (Heb 13, 5).

La prodigalidad es un deseo deficiente de dinero (Cf. II-II, 119). La persona  prodigo “se excede en la donación de riquezas y es deficiente en su conservación y adquisición” (II-II, 119, 1, c)[5].
“El pródigo peca contra sí mismo al ir gastando sus bienes, necesarios para su existencia, y peca también contra al prójimo, derrochando los bienes con que debía atender a otros” (II-II, 119, 3, rta 1). 

“…el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones…” (Lc 15, 13-14).


[1] “No es propio del liberal repartir las riquezas de suerte que él se quede sin nada para su sustento, ni para la practica de las obras virtuosas… por ello dice Aristóteles que el liberal cuida sus propios bienes queriendo con ello abastecer a otros. Y San Ambrosio añade que el Señor no quiere que se repartan de una vez los bienes, sino que se administren” (II-I, 117, 1, rta 2).

[2] “Cuando uno se desprende de las cosas, parece como si las liberara de su custodia y dominio y demuestra que su afecto no está apegado a ellas” (II-II, 117, 2, c).
[3] “La avaricia, que tiene por objeto lo corporal, no busca un placer corporal sino solo espiritual; es decir, el placer de poseer riquezas… está en un termino medio entre los pecados puramente espirituales, que buscan un placer espiritual en objetos espirituales, como la soberbia en el sentimiento de superioridad, y los pecados puramente carnales, que buscan el placer puramente corporal en un objeto corporal” (II-II, 118, 6, rta 1).

[4] Es grave cuando por amor intenso a los bienes materiales se desprecia el amor a Dios y al prójimo (Cf. II-II, 118, 5, c y rta a la 2), porque “uno no puede nadar en la abundancia de las riquezas exteriores sin que otro pase necesidad, pues lo bienes temporales no pueden ser poseídos a la vez por muchos… y si se ama y desea gozar de las riquezas desmedidamente… se desprecia el bien eterno por el bien temporal” (II-II, 118, 5, rta 2).

[5] El que es pródigo falla por desprecio al deseo natural de poseer bienes exteriores. Pero también la prodigalidad nace de la concupiscencia desordenada. Esto es, en cuanto despilfarra por deseo de “agradar a otros o, al menos, satisfacer el deseo de dar” (II-II, 119, 2, rta 1).


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